CRÍTICA DE CINE

'El hoyo': arriba y abajo

Reflexión sobre la naturaleza despiadada de la sociedad que se mantiene sorprendentemente liviana

Estrenos de la semana.  El hoyo

periodico

Nando Salvà

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Excepto en un puñado de flashbacks, 'El hoyo' transcurre en un gigantesco centro de detención subterráneo, compuesto de cientos de celdas para dos personas apiladas unas sobre otras en una sola columna. Una enorme plataforma llena de comida desciende por un orificio central y se detiene durante unos minutos en cada nivel, por lo que cada prisionero solo alcanza a comer después de que lo hayan hecho los ocupantes de los pisos superiores y, por tanto, para los ubicados más abajo no quedan ni migajas. Una vez al mes, los presos que no han muerto son cambiados de piso al azar. Dicho de otro modo, la ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia no tiene una premisa sutil ni oculta sus conexiones temáticas con ficciones como 'Rompenieves' (2013), 'El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante' (1989) y 'Rascacielos', la demoledora novela de JG Ballard. 

'El hoyo' trata de recordarnos que la sociedad es por naturaleza despiadada, un territorio hostil en el que unos ignoran las necesidades de los otros y en el que los pobres se devoran los unos a los otros, y mientras lo hace se vuelve cada vez más grotesca y bizarra hasta culminar en una bacanal de violencia, horror y canibalismo. En todo momento, eso sí, la película se envuelve de una atmósfera surrealista, que le evita caer en el discursismo a pesar de su ocasional tendencia a la sobreexplicación. Y, gracias a las generosas dosis de comedia negra y absurdo gore, se mantiene sorprendentemente liviana.