HOTEL CADOGAN

Chéjov, el champán y las ostras

Un sorbo de líquido burbujeante selló los labios del autor ruso antes de expirar en el balneario de Badenweiler

Antón Chéjov y Olga Knipper.

Antón Chéjov y Olga Knipper. / periodico

Olga Merino

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Si los Tolstói fueron una pareja de convivencia desdichada, Antón Chéjov y su esposa, la actriz Olga Knipper, salvaron los muebles gracias al linimento de la distancia, ya que ella pasaba largas temporadas en Moscú, consagrada a su carrera teatral, mientras él, enfermo de tuberculosis, se mantenía a resguardo del gélido invierno en su dacha de Yalta, a orillas del mar Negro. La suya fue una relación de unos cinco años e intermitente —el escritor tampoco habría soportado “esa clase de felicidad que dura día tras día, de una mañana a otra”— cuyos rescoldos avivaban con una correspondencia en la que se coló alguna cursiladadel tipo “almita”, “cachorrillo”, “pichoncito” o “marido mítico”.

En cualquier caso, los rusos no veneran a Olga en sus altares laicos. Le tienen bastante tirria, no sé si por su gotita alemana o más bien porque no se explican cómo se las ingenió para seducir a un solterón empedernidoy ya cuarentón. ¿Sería una de esas damas interesadas, rapaces en su mundanidad? Sea como fuere, la actriz estuvo al lado de Chéjov en el momento de la muerte, la única verdad, acaecida la noche del 2 de julio de 1904 en la pequeña ciudad balneario de Badenweiler: hoy los ventanales del Hotel Cadogan asoman, pues, a las colinas de la Selva Negra.

El fallecimiento de Chéjov en la alcoba del sanatorio ha sido descrito por sus biógrafos con pequeñas variantes de matiz, de entre las cuales pueden expurgarse tres certezas: que lo asistió el doctor Schwöhrer, que el autor pronunció las palabras en alemán “ich sterbe” (me muero) y que bebió un sorbo de champán antes de expirar. ¿La mejor versión de la escena? El cuento que le dedicó Raymond Carver, titulado ‘Errand’ (encargo), que en su versión española se tradujo como ‘Tres rosas amarillas’.

Debido al calor tórrido de aquel mes de julio, el cadáver tuvo que ser trasladado a Moscú en un vagón refrigerado mediante barras de hielo y una inscripción que decía "ostras" (la anécdota, sin duda, habría fascinado al escritor). Se da la circunstancia, además, de que Chéjov había escrito 20 años antes un cuento titulado ‘Las ostras’, donde un niño hambriento de 8 años lee, a través de la ventana de una posada, la palabra “ostras” también escrita con tiza. Qué hermosa e irónica simetría. Una vez más, la vida imita al arte.