RING LITERARIO (9)

Camilo José Cela contra Antonio Muñoz Molina

Donde el gallego copión, facha y fachenda, cubre de rastrera bilis al noble escritor de Jaén, que responde como Henry Fonda en 'Doce hombres sin piedad'

Cela y Muñoz Molina

Cela y Muñoz Molina / periodico

Kiko Amat

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Camilo José Cela era un "verdadero imbécil". Lo dijo Rosa Chacel pero, para que no parezca que me escudo en las comillas, lo diré yo también: Cela era un imbécil. No ha existido en este país escritor más rastrero y pomposo que el patán de la papada. Cela se antoja el Dr. Manhattan del cretinismo matón. Fue delator franquista, esbirro del poder allá donde estuviera (mayormente franquista, pero mantuvo sus opciones abiertas), plumilla a sueldo (escribió una novela de encargo para la dictadura venezolana en 1955), nuevo rico hortera, 'bully' grosero, envidioso, machista y homófobo, celebridad vacua, y un poco paleto también (posiblemente el único Nobel del mundo que solo hablaba un idioma). Era como Bertín Osborne armado de diccionario obsoleto (aquel estilo rancio, untuoso, gongorino, imposible de leer hoy). Y para colmo, peor que todo lo que he dicho hasta este punto, el gallego era un copión. Un asqueroso plagiarista.

En todo esto Cela, cardenal cetáceo con constante corte de cobistas (Umbral le lamía tanto el culo que acabó semejando un apéndice posterior celaesco), recelaba de la nueva hornada de escritores ochenteros que no le rendían pleitesía, entre ellos Antonio Muñoz Molina.

El de Jaén era de talante paciente, pero un día, hartito de las acusaciones de que era "angloaburrido", cabecilla de "los 150 novelistas de Carmen Romero", y de las puyas encubiertas en alabanzas a otros escritores (el Cela-apadrinado Raúl del Pozo), publicó en 'El País' 'Teoría del elogio insultante': "Lo que molesta a los incorruptibles columnistas y a los costaleros de Camilo José Cela es la ley natural en virtud de la cual otras generaciones han irrumpido en la literatura española, cometiendo el atrevimiento involuntario de merecer la atención de los lectores y de poner en duda el cavernoso escalafón en el que todos ellos sesteaban, como si hubieran obtenido por oposición plazas inamovibles de malditismo o de genialidad".

Bastante moderado, pienso yo, teniendo en cuenta el energúmeno a quien iba dirigido. Pero al hacendado no le gustaba que le rechistaran los lacayos, así que, al día siguiente, Cela respondía con una bochornosa 'lettre injurieuse' para 'ABC': "Al garzón M2, mozo lírico o, mejor dicho, lírico-cómico-bailable sentimental, aprovechadillo y sagaz, le dio semejante ataque de cuernos con motivo de la publicación de una novela por un no censado, que tuvo que adobárselos con vaselina por ver de rebajarles la calentura". También afirmaba que "el doncel tontuelo que se proclama caudillo de los famosos ciento cincuenta, no debe cejar en su actitud mientras siga manando leche y miel y otras espórtulas de la próvida y caritativa ubre del presupuesto" (esto viniendo del mamador de Mammón más aprovechado del país). Entre la primera y la segunda frase incluyó una receta de enema, que él juzgaría ingeniosamente quevedesca, pero que tenía menos gracia que el 'Un, dos, tres' de 1984.

Cela siguió insultando a MM a lo largo de los años, intensificando su vil 'vendetta' cuando al segundo le otorgaron asiento en la Real Academia: "¿Cómo puede estar en la Academia un individuo que no sabe pronunciar la ese al final de las palabras?".  "En esta Academia había hasta ahora ocho maricones. Con este que acaba de entrar ya son nueve". "Si ha entrado éste en la Academia, ya puede entrar cualquiera" (Cela también era un clasista asqueroso).

El final es puro Frank Capra. Cuando saltaron las acusaciones de plagio a CelaMM declaró que Cela tenía "derecho a la presunción de inocencia". Cela, temblón cual paquidermo con ciática, se acercó a él en la Real Academia y, estrechando su mano, le agradeció sus palabras y dijo: "Lamento mucho todo lo que haya podido ocurrir entre nosotros". MM aceptó sus disculpas, y Cela la espichó a los pocos meses. 'Straight to hell', quiero creer.