EL LIBRO DE LA SEMANA

'La batalla de Occidente': contar la historia con microscopio

El premio Goncourt Éric Vuillard diseccióna en esta novela a los patrocinadores, promotores y beneficiarios de la primera contienda mundial

El escritor y ganador del Goncourt Éric Vuillard.

El escritor y ganador del Goncourt Éric Vuillard. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Hace un par de años, Éric Vuillard ganó el premio Goncourt con un libro extravagante sobre la llegada de Hitler al poder: 'El orden del día'. No era una novela histórica al uso; ni siquiera puede decirse con propiedad que fuera una novela, como sí puede decirse de 'Hhhh' de Laurent Binet o de 'Anatomía de un instante' de Javier Cercas. Lo que hacía extraño y brillante el libro era una gestión literaria de los hechos históricos que Vuillard ya había practicado antes y en la que ha persistido después para revisar la Revolución Francesa en' 14 de julio' (2017) y ahora la primera guerra mundial en 'La batalla de Occidente'. En esa gestión, Vuillard coloca en el foco de su interés narrativo la Historia misma, con sus causas y consecuencias, su orografía visible y la tectónica subterránea que la explica. Eso expulsa la noción de personaje singular, que es sustituido por un protagonismo difuso y colectivo. A la vez, se diluye la estructura argumental, reconvertida en una serie de episodios cuyo sentido e interrelación están dictados por los acontecimientos históricos, lo que significa que si el lector carece de este conocimiento previo (aquí la guerra europea de 1914) puede quedar desconcertado e incluso fuera de juego. Pero si es capaz de seguir las líneas de coherencia que traza la mirada microscópica de Vuillard, descubrirá con asombro —y consternación— el reverso azaroso, grotesco, brutal, ridículo y abyecto de las grandes convulsiones históricas.

Es lo que sucede aquí con la primera guerra mundial, fraccionada en 13 momentos que giran alrededor de sus causantes, promotores y patrocinadores, de sus estrategas y beneficiarios, del absurdo abismo del todos contra todos al que se arrojaron todos los países, de la aplicación de la tecnología para incrementar la destrucción, de las tácticas militares y la danza de avance y retroceso de los ejércitos, de la movilización de civiles aterrorizados, de las batallas como fábricas de miles y miles de cadáveres de muchachos sin experiencia… En esta composición panóptica, asoman los rostros de algunos villanos: el conde Alfred von Schielffen, que diseñó un plan de invasión de Francia —aunque su muerte en 1913 no le permitió verlo aplicado—; Clausewitz, que exaltó las bondades de la fuerza y el carácter regenerativo del dolor; los adolescentes que mataron al archiduque; y así hasta el banquero J. P. Morgan, que financió a los países en liza, es decir, que pagó el coste de las montañas de muertos. Pero Vuillard no limita el valor narrativo de estos hechos y personas a sí mismos, sino que constantemente los convierte en trampolín para una reflexión más amplia que afecta a nuestro presente y también a la descorazonadora historia de la humanidad, abocada a la eterna repetición de sus cruentos errores.

En este sentido, el modo inquisitivo y minucioso en que Vuillard se acerca al horror de la guerra, desempolvando nexos y detalles laterales, es de una eficacia absoluta, porque no nos deja olvidar que ese montón de basura ideológica y atrocidades es solo una expresión más de la autodestructiva sinrazón humana en torno a la riqueza, el poder y la muerte. Y hasta su ironía al confesar que relata esta historia «chapuceramente» (p. 185) es certera, al subrayar la práctica imposibilidad de convertir en literatura las más grandes tragedias.