EL ESTRENO DE LA SEMANA
Crítica de 'Parásitos': una obra maestra contra las convenciones
Bong Joon-ho alcanza su cénit particular con una película que contiene un sinfín de grandes ideas
Esta obra maestra del surcoreano Bong Joon-ho rivaliza con la última de Tarantino, 'Érase una vez en… Hollywood', en una imaginaria competición para ver cuál ha sido la mejor película del año 2019. Y la cosa está francamente dudosa, así que un ex aequo sería la solución.
No se parecen en nada, salvo en la creatividad de sus respectivos directores. Joon-ho ya la había demostrado en títulos como 'Memories of murder', 'The host' y 'Mother'. Pero 'Parásitos', ganadora de la Palma de Oro del último Festival de Cannes -uno de los galardones más consensuados en toda la historia del certamen francés- va un poco más allá, es algo superior en todos los aspectos: su sentido del humor, su diatriba social, la ironía que gasta en muchos momentos, la concepción general de los escenarios, la meticulosa planificación en la que cada gesto y posición de cámara nos están revelando algo sobre los personajes y dando significado al discurso del filme.
Tiene algo de 'El sirviente' de Joseph Losey, o de 'La ceremonia' de Claude Chabrol, sin duda películas y cineastas europeos que interesan a Joon-ho. Examina con visión quirúrgica, meridiana, el concepto de parásito social, y lo hace de forma doble: la familia burguesa y sofisticada de un exitoso arquitecto y una familia completamente antagónica, cuyos integrantes malviven en un piso que se inunda cuando llueve, pero que son capaces de asumir nuevos roles, hacerse pasar por quienes no son y penetrar hasta lo más hondo de las entrañas de las convenciones sociales.
Siempre se ha dicho que Chabrol era un cineasta-entomólogo que observaba a sus personajes burgueses como quien observa a los insectos dentro de un tarro. Si eso es cierto, Joon-ho lo supera con creces. No solo los observa, sino que los maltrata, les devuelve una extraña ternura, se ríe de ellos, intenta comprenderles y, de paso, nos pone a nosotros, espectadores, antes las complejidades y contradicciones de los personajes, como si la pantalla fuera un enorme espejo que nos devuelve, no demasiada deformada, nuestra a veces hiriente realidad.
El resultado es formidable: analizar, reflexionar y cuestionar, pero sin dejar de divertir, aunque sea una diversión cáustica. Contiene un sinfín de grandes ideas (la curiosa disposición del váter en el piso de la familia pobre, la forma en que sus integrantes se introducen en el ecosistema burgués de los otros, lo que pasa en el misterioso sótano, la fiesta devastadora, la fuerza catártica de la lluvia) que certifican la llegada de Joon-ho a su cénit particular.
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