EXPOSICIÓN

América Sánchez, el rey de los logos de Barcelona

El Palau Robert expone la obra comercial y personal del omnipresente diseñador que permeó con su trabajo toda la ciudad

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Mauricio Bernal

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No es ligereza decir que América Sánchez ha dejado una huella grande y perenne en la ciudad de Barcelona. Al contrario: no hay muchas ocasiones para emplear la expresión en su versión más robusta. El diseñador gráfico nacido en Buenos Aires en 1939 y llegado por vía marítima en 1965 es un omnipresente de la historia visual reciente de la ciudad. Muchos de los iconos que forman parte del imaginario del barcelonés medio son suyos. ¿El logotipo del Museu Picasso? Suyo. ¿La cabecera de 'El Víbora'? Suya. ¿La de 'Ajoblanco'? Suya. ¿El logotipo de Vinçon? Suyo también. ¿El de Moritz? Suyo. ¿El de El Velódromo? Suyo. ¿El del KGB? También suyo. Por la vía de permear con su trabajo capas variopintas de la ciudad, Sánchez ha acabado por tener el don de la ubicuidad. Está por todas partes, y así lo refleja la exposición que le dedica desde este miércoles el Palau Robert, 'América Sánchez, clássic, modern, jazz i tropical', aproximación exhaustiva a la obra de este artista "absolutamente poliédrico", como lo definió el comisario de la muestra, Juan Riancho.

Llegó a BCN a bordo del 'Giulio Cesare'; no era mal augurio para alguien que venía a conquistar un nuevo mundo

Llegó a Barcelona en un trasatlántico de nombre imperial, el 'Giulio Cesare'. No era mal augurio para alguien que venía a conquistar un nuevo mundo. La ciudad le sonrió enseguida, y a los dos días ya tenía un encargo de Pirelli para publicitar sus bolsas de agua caliente. "Así ocurrió, exactamente", decía el otro día, apuntado por las cámaras, de pie entre sus obras, con sus 81 años a cuestas y de espaldas al anuncio que resultó de aquel encargo: uno con pollitos. "Golpeamos una puerta, hablamos un rato y salimos con el trabajo. Luego nos fuimos a comprar pollitos. Lo digo en plural porque estaba con mi amigo Alberto di Mauro, con quien había hecho el viaje desde Buenos Aires". Sánchez y Di Mauro habían trabajado juntos en la agencia Agens y juntos habían emprendido la aventura europea. Sánchez tenía ascendencia española y dos tías suyas estaban casadas con catalanes. Por eso Barcelona.

En España en general y Barcelona en particular el diseño gráfico estaba empantanado, lastrado por el contexto político y social, era gris y atrasado como el franquismo, de modo que Sánchez encontró un terreno, quizá no virgen, pero sin duda pobre. Despegó como un cohete. "Fui muy bien recibido, como un fuera de serie", recordó. "Buenos Aires estaba bastante más adelantada que Barcelona y yo llegué con un material fresco que gustó mucho". No era el hombre equivocado en el lugar equivocado sino todo lo contrario, más teniendo en cuenta que asomaban los 70 por las ventanas españolas, es decir, la efervescencia. En 1966, Sánchez formó parte del grupo fundador de la Escuela EINA de diseño, dato capital porque se convirtió en maestro de diseñadores y marcó a la generación en ciernes. También de ese modo dejó su huella en la ciudad. Por supuesto, diseñó el logo.

La pollería de la esquina

Es ingente la lista de clientes para los que ha trabajado desde entonces: el Liceu, el Festival Grec, el Teatre Nacional de Catalunya, el Barça, Vieta, el Hospital Clínic, Laie, la Mercè, las Galerías Dalmau, el Col.legi d’Arquitectes, la Fundació Joan Miró, la Candidatura Olímpica de Barcelona. Permeó esta ciudad hasta los cimientos, tan transversal el hombre que hasta diseñó el logo de la pollería de su calle –Ouyeah!–. "Trabajó con todos y se entendió con todos", dijo Riancho. "Tenía la virtud de no imponer su arte sino de acoplarlo a lo que le pedían, de llevarlo todo a su terreno". A partir del fondo del Archivo Lafuente de Santander, de la Biblioteca Nacional de Catalunya y del Museu del Disseny, la exposición repasa no solo su trabajo como diseñador de marcas sino su obra más personal –"que son dos ámbitos que se contagian"–, de ahí que se exponga por segunda vez el 'Mural Copito', hecho con fotos de Copito de Nieve, que Sánchez tiene en su casa desde hace más de 30 años.

Llegó en el 'Giulio Cesare', Sánchez, e hizo un poco como Giulio Cesare.