CRÍTICA DE DISCO

The Flaming Lips, por una justicia cósmica

El grupo de Oklahoma propone en 'King's mouth' un cuento mágico en el que un rey muere por su pueblo y conecta con una conciencia universal

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Jordi Bianciotto

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Los álbumes conceptuales no son obra del pasado, como nos recuerdan ahora The Flaming Lips, un grupo, todo hay que decir, que siempre ha tenido aspecto de clásico moderno, inspirado por los logros de una generación anterior, la de Syd Barrett y Hawkwind. Y, bien, Wayne Coyne y compañía se han descolgado con una obra que va incluso más allá de la grabación discográfica y que está asociada a una instalación que lleva moviéndose desde el 2015 (‘King’s mouth: immerse head trip fantasy experience’) y a un futuro libro.

Según ha explicado Coyne, ‘King’s mouth’ viene a contar la historia de un rey que, ante la amenaza de un alud de nieve con poderes mortíferos, sale a proteger a su pueblo y perece heroicamente en la misión. Agradecidos por haberlos salvado, sus súbditos proceden a cortarle la cabeza, no como escarnio justiciero a lo Luis XVI de Francia, sino para conservarla convertida en un monumento de culto. Esta peripecia, en manos de The Flaming Lips, resulta menos cruda de lo que parece y cobra formas de relato mágico, culminando con una conexión cósmica entre el pueblo y su rey.

Canciones astrales

No sabemos si esta historia es la manera de Wayne Coyne de decirnos que la monarquía es un sistema más interesante o transcendente que la república, pero cuando menos le ha inspirado en la construcción de un álbum brillante y relativamente accesible. Regreso a una canción pop con puntos de fuga astrales, ‘King’s mouth’ puede gratificar a quienes les pareció que ‘The terror’ (2015) se pasaba de nihilista y que ‘Oczy mlody’ (2017, con la fan Miley Cyrus cazada al vuelo) era demasiado planeador.

Su calado narrativo lo representa una figura externa, la voz de Mick Jones, el exguitarrista de The Clash, a través de pequeños monólogos, si bien aquí sobre todo mandan las canciones, que se suceden enlazadas sin pausas. Ahí están miniaturas pop como ‘The sparrow’ y ‘Giant baby’, con esa voz desvalida que en ‘How many times’ adquiere matices robóticos en un tarareo encantado con guitarra acústica. El corazón del álbum lo encontramos en ‘All for the life of the city’, reconocimiento del sacrificio del rey mediante un senderismo instrumental sustentado en una de esas baterías aparatosas tan del gusto de Coyne. De ahí, a las pompas de ‘Funeral parade’ y al crepúsculo místico que, de la mano de ‘Mouth of the king’ y ‘How can a head’, nos conduce al fin del cuento, allá donde la cabeza del monarca conecta con una especie de conciencia universal (o algo así).

The Flaming Lips conmemoran este año el 20º aniversario de su álbum más celebrado, ‘The soft bulletin’, que en septiembre dará pie a una gira de carácter retrospectivo (por ahora, solo en el Reino Unido). Pero ‘King’s mouth’, artefacto felizmente pasado de rosca, bello y reconfortante, está ahí para recordar que la banda no vive de la recreación del pasado.