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'Tancats', una ácida comedia que ironiza sobre una familia burguesa catalana

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Eduardo de Vicente

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La familia puede ser un apoyo para toda la vida, pero también una rémora que no te deja avanzar y si encima se trata de un clan de la burguesía mal avenido donde el dinero está por encima de muchas cosas, el problema está servido. Esto es lo que intenta reflejar Tancats, una original comedia negra que llega al Teatre Gaudí con una estructura repartida en cinco escenas que sirven para ir conociendo a los personajes principales.

Al entrar en el teatro sorprende ver que no hay ningún tipo de escenografía, tan solo un escenario vacío con unos cuadrados blancos pintados en el suelo (como en la película Dogville). Y los actores se encuentran sentados en primera fila esperando que llegue el público. La primera en llamar nuestra atención es una asistenta cubana que barre el suelo mientras suena la Milionària de Rosalía. Es una mujer honesta que lucha por sacar adelante a su hijo y la encargada de cuidar a la matriarca de la familia, la señora Fuster.

Atrapados en un ascensor

En el primer episodio queda encerrada en el ascensor durante unos minutos junto a un matrimonio homosexual (dos pintores, uno joven –Joan Fuster- y otro más mayor y prestigioso) y una (presunta) invidente. La tensión y los nervios se suceden hasta llegar a una situación imprevisible y bastante esperpéntica. Los siguientes que quedan atrapados en el elevador son una empresaria agresiva (Pilar Fuster) junto a su secretario al que intenta seducir mientras revela sus planes de vender la fábrica familiar para sacar un buen provecho económico sin preocuparse ni por un momento de los trabajadores. Escrúpulos, los justos.

La joven cubana y la anciana señora Fuster, siempre en silla de ruedas también pasan por la experiencia. Es una mujer algo gruñona pero para poder salir del encierro se ven obligadas a tramar una estrategia común que genera entre ellas una gran complicidad. En el siguiente capítulo la sonrisa se congela al conocer a Narcís Fusté, el tercer hijo, un tipo realmente repulsivo. Machista, crápula, un individuo que es el jefe de personal y aprovecha su cargo para intentar beneficiarse a las empleadas.

Todo estalla en la escena final

La última escena transcurre en la sala de espera del notario, donde se ha retrasado la cita que tenían programada, ya que está ocupado con otra visita. Allí se desata un auténtico infierno. Narcís nos descubre que es un racista y un homófobo, que utiliza la confesión para purgar sus faltas y seguir reincidiendo, además de las “cualidades” que ya le conocíamos y el enfrentamiento con su hermano estaba cantado. Pilar solo ambiciona más dinero para consolarse de su triste vida y Joan destapa sus planes de futuro. Es el momento de sacar a la luz los secretos y los rencores aún no resueltos que tendrán un desenlace imprevisible.

Es un retrato vitriólico de una familia burguesa catalana que no deja títere con cabeza y tiene muy mala leche. La ambición desmedida, la sexualidad mal entendida, la falta de cariño entre sus miembros llegan a cotas altísimas y nadie parece interesado en remediarlo. Es una obra descarnada que va presentado a sus personajes de una forma dosificada para después reunirlos en la escena final. Ya los conocemos y sabemos de lo que son capaces por lo que podemos esperar cualquier cosa de ellos.

Un reparto compensado para un texto inteligente

Un texto muy inteligente e impactante creado por Gal Soler (Narcís, se ha reservado el papel más desagradable, casi abucheado por los espectadores en algunos momentos) y dirigido por el experto Óscar Molina (Amics íntims Sota la catifa) y en el que el resto del reparto está a la altura. Marieta Sánchez provoca las mayores carcajadas por su espontaneidad como la asistenta cubana, Silvia Aranda mantiene el tipo como esa mujer implacable que parece casi imposible doblegar y Rubén Serrano cumple como el inadaptado y marginado de la familia por su opción sexual. Completa el elenco una estupenda Àngela Jové que se crece en el último tramo y toma las riendas.

En resumen, un espectáculo muy interesante en el que se puede sonreír, pero también hay momentos para la indignación y la justicia. Que aprovecha los elementos con los que juega llevándolos lejos pero con la mesura necesaria para no convertirlos en caricatura. Que supone un soplo de aire fresco por su sinceridad y por el que vale la pena estar “tancat” en un teatro durante hora y media. ¿Será nuestra familia parecida a la que nos muestran? Ahí queda la duda...