TEATRO DOCUMENTAL CRÍTICO

'Valenciana': la realidad sobrecoge a la ficción

En su ambiciosa aventura valenciana, Jordi Casanovas se adentra en los asesinatos de Alcàsser con el trasfondo de la corrupción política y la ruta del bakalao

Un momento de la representación de 'Valenciana'

Un momento de la representación de 'Valenciana'

Manuel Pérez i Muñoz

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Todo comienza como un amable retrato generacional de la Valencia de principios de los 90, con la ruta del bakalao en pleno auge y la resaca olímpica aún espesa. De repente, un coro anónimo irrumpe con la tragedia –"Han trobat les xiquetes"–, revelación que cae como una losa y nos conecta con el escalofrío, con la memoria colectiva que quedó herida en 1992 tras el descubrimiento del brutal crimen de las tres niñas de Alcàsser. Los personajes corren a verlo por la tele mientras el público se prepara para vivir de nuevo la desgracia transformada en pieza teatral.

El dramaturgo y director Jordi Casanovas ha materializado un proyecto largamente perseguido: la revisión del trauma social que marcó a toda una generación y dio comienzo al amarillismo que aún hoy mancha el periodismo televisivo. Lo hace después de encadenar en Madrid una sonada racha de éxitos del teatro documental más crítico ('Ruz /Bárcenas', sobre el interrogatorio al tesorero del PP, y el más reciente 'Jauría', basado en el juicio a la Manada). No obstante, 'Valenciana (la realitat no és suficient)' –hasta el domingo en el Teatre Principal de Valencia y en Barcelona para el Grec los días 28 y 29 de junio– no es un documento, aunque también, sino una pieza que se sirve de material real para construir una ficción. 

Es en ese cruce entre la realidad y lo inventado donde la obra se afianza sobre elementos reconocibles. A fuerza de estirar los hilos narrativos, los personajes acaban arrastrados por los platós de Paco Lobatón, Nieves Herrero y Pepe Navarro, donde se mercadea con el dolor de las víctimas y se plantean juicios paralelos basados en el escrutinio morboso del sumario. El peso de la trama recae en tres chicas jóvenes que viven de cerca los crímenes, punto de vista femenino que choca con los menosprecios de una época no tan distante a la actual. Resulta fácil dibujar los paralelismos con el presente, y algún que otro ajuste de cuentas que por sincero y bien documentado causará escozor. 

Retratos de ficción

Hasta el cambio de gobierno, las compañías más contestatarias tenían asegurado el veto y la censura del todopoderoso PP valenciano. Ahora, el teatro más grande de la ciudad acoge una obra con financiación pública y 12 intérpretes que revisa de forma crítica el pasado reciente. Porque además de la ruta del bakalao y el caso Alcàsser (que en breve tendrá también un documental en Netflix), una de las tramas de la obra retrata la meteórica carrera de Ricardo, alcalde de Benidorm que aspira a la Generalitat. La fotografía es clara y coincide con el viacrucis que estos días afronta Eduardo Zaplana en los tribunales. 

Se remontan siete años de transformaciones sociales, también en el conjunto de España, que sitúan a la Comunitat como la  incubadora de la cultura del pelotazo, parque temático de la corrupción con Canal 9 como manantial de propaganda. Casanovas lo ha sintetizado con pulso y eficacia. La docu-ficción crea una relación cómplice, un tono de revelación con el espectador-voyeur pero también un efecto seguramente no deseado, que las tramas estrictamente inventadas bajen un escalón en el interés.

Van por delante los momentos en los que la mentira del teatro juega a reproducir la memoria colectiva, con un sobrecogedor Carles Sanjaime que conecta con el dolor del mediático padre que se hizo famoso en los platós, o Toni Agustí que marca con acento cartaginés la parte más acomplejada y megalómana de unos políticos que ascendieron para forrarse. La realidad, en este caso, daría para muchas obras más.