LA 72ª EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CANNES

Los Dardenne vuelven a tropezar con 'El joven Ahmed'

Los belgas fallan en su relato de un adolescente musulmán que planea matar a su profesora tras haberse radicalizado a través de una interpretación extremista del Corán

El actor Idir Ben Addi y el director Luc Dardenne, tras la presentación de 'El joven Ahmed' en Cannes

El actor Idir Ben Addi y el director Luc Dardenne, tras la presentación de 'El joven Ahmed' en Cannes / periodico

Nando Salvà

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Hubo un tiempo en el que Jean-Pierre y Luc Dardenne parecían incapaces de hacer una mala película. De hecho, las seis primeras películas que presentaron en la competición del Festival de Cannes fueron merecidamente premiadas, y dos de ellas obtuvieron la Palma de Oro. Pero entonces estrenaron aquí 'La chica desconocida', en la que los hermanos belgas hicieron una incursión en el cine policial y, simplemente, se perdieron. Quienes entonces dedujeron que aquello no un simple y aislado traspié sino la evidencia de una crisis creativa más profunda se sentirán reafirmados con 'El joven Ahmed', con la que la pareja aspira a su tercera Palma.

Sobre el papel, la película propone el mismo tipo de realismo social y narración cargada de tensión que los Dardenne han convertido en marca de la casa: su protagonista, en concreto, es un adolescente musulmán que planea matar a su profesora tras haberse radicalizado a través de una interpretación extremista del Corán. En la práctica, sin embargo, 'El joven Ahmed' se ve lastrada por la torpeza con la que ese elemento religioso es tratado.

Los Dardenne nos mantienen durante la mayor parte del metraje pegados a un personaje que se comporta menos como un ser humano que como Terminator, y el recurso narrativo del que echan mano para ofrecerle una redención final es de una tosquedad impropia de su cine. Asimismo, puede que esa falta de matices sea una representación fidedigna del tipo de falta de empatía que sufre alguien en la situación del chaval, pero en todo caso aquí se percibe más como una forma de simplificar la narración y evitar una exploración psicológicamente más compleja de la intersección entre inocencia juvenil y fanatismo religioso.

Sachs viaja a Portugal

También se esperaba más de lo nuevo de Ira Sachs, un cineasta cuya filmografía -títulos como KeeptheLightsOn (2012), El amor es extraño (2014) y Verano en Brooklyn (2016)- demuestra una sensibilidad exquisita a la hora de explorar las relaciones humanas y que ahora compite en Cannes por primera vez en su carrera. Su séptima película, Frankie, reúne en la localidad portuguesa de Sintra a varias generaciones y varias ramas de una familia por un motivo de connotaciones trágicas, y a partir de esa premisa Sachs nos ofrece una sucesión de conversaciones entre grupos de dos personajes en las que se medita con melancolía sobre el amor y la muerte, los sueños incumplidos, las ilusiones rotas y la posibilidad de un futuro. El gran problema de la película es que buena parte de esos diálogos están puestos en boca de actores que obviamente no se sienten a gusto con el idioma que están hablando -el inglés-, y la afectación teatral que eso confiere a varias de las escenas choca con el naturalismo que acostumbra a otorgar al cine de Sachs su fuerza dramática.