FESTIVAL DE CINE

Jarmusch camufla de comedia de zombis un lamento por la generación hípster

'The dead don't die', cargada de lecturas soterradas como toda película de muertos vivientes que se precie, inaugura el festival de Cannes

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Nando Salvà

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La película que este martes ha inaugurado la 72ª edición del Festival de Cannes es, al menos sobre el papel, la película inaugural perfecta. A lo largo de los últimos años, la honrosa tarea de abrir el certamen ha correspondido a un abanico de títulos que va desde la basura hollywoodiense -'El código Da Vinci' (2006)- hasta el cine de autor más anodino -¿alguien se acuerda de 'La cabeza alta', de Emmanuelle Bercot?-. 'The dead don’t die' o, en castellano, 'Los muertos no mueren', ofrece lo mejor de cada casa. Por un lado, está dirigida por uno de los grandes directores de nuestro tiempo, Jim Jarmusch -es nada menos que la novena de sus películas que compite en Cannes-; por otro, es una comedia de zombis protagonizada por estrellas como Bill Murray, Adam Driver, Tilda Swinton y hasta Selena Gómez.

Por otra parte, reconózcase que los conceptos 'comedia' y 'zombis' no son inmediatamente compatibles con el concepto 'Jarmusch'. Porque, aplicados al cine, tanto el humor como el terror funcionan según unas reglas particulares -aunque fácilmente combinables, como en el pasado han dejado claro 'Terroríficamente muertos' (1987) o 'Zombis party' (2004), entre otros títulos- que no necesariamente tienen cabida en el cine del de Ohio. Tanto para hacer reír al espectador como para espantarlo se requiere mantenerlo en tensión, expectante ante ese chiste o ese susto que podría llegar en cualquier momento; y Jarmusch, en cambio, es el gran cineasta de la laxitud dramática, los tiempos muertos y la emoción creada a partir de la falta de drama. Y ese visualizar ese contraste permite entender perfectamente qué es -y qué no- 'The dead don’t die'.

En todo caso, concretemos. La película posee un argumento tan simple que cabe en un tuit -un pueblecito estadounidense sucumbe al caos cuando los muertos empiezan a resucitar-, y durante su primera mitad parece dispuesta a funcionar como el tipo de retrato de una comunidad llena de habitantes excéntricos que en su día llevaron a cabo 'Twin Peaks' o 'Amanece que no es poco'. Por sus escenas transitan, entre otros, dos policías que a duras penas se soportan, un hombre decidido a vivir como un cavernícola, una dueña de funeraria que ejerce de samurái -y que gusta de maquillar a sus cadáveres como si fueran Boy George- y un repartidor que suministra sabiduría. Y, mientras retrata a esa fauna, la película despliega un modesto arsenal cómico basado en juegos de palabras, chistes visuales -por ejemplo, un señor muy grande metido en un coche muy pequeño- y, sobre todo, una batería de referencias pop que incluye 'Psicosis', 'Nosferatu', George A. Romero, Frodo Bolsón, Harry Potter, 'Moby Dick', Samuel Fuller, 'Star Wars' y, sobre todo, Jim Jarmusch.

Jarmuschiana de principio a fin

'The dead don’t die', en efecto, es una obra jarmuschiana de principio a fin; y tanto es así que uno de los personajes llega a mencionar el nombre de pila de director, y a hacer alusiones metatextuales al guion de la propia película -es difícil de explicar-. Asimismo, se incluyen escenas que recuerdan a títulos previos de Jarmusch como 'Ghost dog' (1999) o 'Solo los amantes sobreviven' (2013), aquella obra incomprendida que reformuló el cine de vampiros a la manera de honda reflexión sobre aquellos que no encajan en la sociedad. En comparación, eso sí, la nueva película va a lo fácil y, si se quiere, lo trillado: señalar a los hombres y mujeres de este mundo como meros muertos en vida, gente que subsiste de sus adicciones al café o a la tecnología o a la cultura pop o, simplemente, al consumo compulsivo. Es un mensaje que el cine de muertos vivientes lleva al menos cuatro décadas suministrándonos.

Sin embargo, la película admite una lectura distinta, más interesante: quizá sea el lamento por una nueva generación educada a partir del cinismo, el consumo compulsivo y la regurgitación de citas pop y, peor aún, la pose hípster. Frente a todo eso, está claro, Jim Jarmusch se considera un muerto que no muere; un señor que envejece y cuyas películas casi nunca son entendidas pero que, afortunadamente, no encuentra motivo para dejar de hacerlas.