INDUSTRIA EDITORIAL

Barcelona se lanza a seducir la avidez libresca de Buenos Aires

La intención del Institut Ramon Llull en la Feria Internacional del Libro de la capital argentina es fomentar la traducción de los autores más jóvenes al castellano transatlántico

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Elena Hevia

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Que Barcelona, la marca Barcelona, la Barcelona literaria, la capital editorial en dos lenguas, la que acogió e impulsó el 'boom', sea la invitada de honor en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Buenos Aires, no parece impresionar mucho a los diarios argentinos. El motivo quizá sea que faltan las 'pátums', las conocidas para el gran público como Eduardo Mendoza o Juan Marsé, Sergi Pàmies o Quim Monzó (a quienes se invitó pero no se animaron a acudir). Por eso este miércoles se podía leer en 'Clarín', uno de los grandes rotativos argentinos, que las estrellas de esta edición serían Arturo Pérez-Reverte, Rosa Montero y Santiago Posteguillo. Con un añadido sorprendente, la presencia de Héctor Lozano, guionista de 'Merlí' -una serie que aquí en Argentina igualó en su momento la recepción de 'House of cards'- y de su protagonista Carlos Cuevas, a quien esperan las fans enfervorecidas. Desde Twitter ya se han puesto en marcha peregrinaciones desde Chile y Uruguay para acudir al acontecimiento.

Pero volviendo a la literatura, la participación barcelonesa, que poco puede competir con ese estrellato pop, tiene unas intenciones más prácticas y profundas, dar a conocer a una sesentena de autores de Barcelona (lo cierto es que geográficamente el círculo se ha ampliado al territorio lingüístico catalán), muchos de ellos en lengua catalana que no cuentan con traducción en castellano, y que no la tienen, especialmente, en su variedad argentina -los desencuentros entre los lectores de aquí que no se identifican con el español de allá y viceversa son ingentes y un tema realmente complejo-.

El lugar donde se desarrolla la FIL es perfecto, una histórica feria de ganado, que ha mantenido un predio en el mismo centro de la ciudad, como espacio ferial. En verano aquello se llena de vacas para bifes y de excrementos y en otoño de libros, y eso en la ciudad latinoamericana que cuenta con más librerías, 370, de las que el 70% no pertenecen a cadenas, tiene casi un significado simbólico de lo que representa ser argentino. Su cuerpo y su alma.

El puesto barcelonés, 200 metros cuadrados de espacio diáfano y polivalente, acoge más de 40 editoriales catalanas y muestra en sus estantes a modo de paredes muchos de los volúmenes, 700 títulos y 10.000 ejemplares, que se han traído hasta aquí en barco. Son libros escritos originalmente en castellano o traducidos a este idioma. Los que no encuentren comprador, porque de eso se trata, de que el público los adquiera en esta superlibrería, quedarán depositados en el Casal de Catalunya en Buenos Aires, en un acto solemne. "Haberlos traído en catalán para la compra no tendría sentido", asegura Iolanda Batallé, directora del Institut Ramon Llull, que es el organismo que ha tomado las riendas de la organización del evento. La representación municipal viene de la mano de Joan Subirats, comisionado de Cultura de Ayuntamiento de Barcelona, que heredó el proyecto y sus vaivenes de su antecesor Jaume Collboni, pero quizá se ha echado en falta en la inauguración, la presencia -difícil en medio de la campaña electoral- de la alcaldesa Ada Colau.

Pese a las crisis económicas cíclicas que azotan Argentina, el país sigue siendo un enclave caliente respecto a la producción de libros, quizá no con la misma potencia que México, que es puntera en Latinoamérica. La FIL de Buenos Aires, lo cuenta su director Oche Califa, es la prueba de que este país, donde desde el siglo XIX la educación ha sido laica, gratuita y obligatoria y con ello se ha apuntalado una clase media, el libro todavía sigue teniendo, contra viento y marea, un consenso de prestigio. "El lector argentino tiene una avidez cosmopolita. No somos una sociedad replegada sobre sí misma como pueden serlo las anglosajonas, aquí estamos mucho más abiertos", dice. Eso se hace evidente en la multiplicidad de pequeños sellos que frente a los grandes grupos internacionales están llevando a cabo una labor de mayor riesgo. Califa señala esta característica -no muy alejada de lo que ocurre en España- como una de las grandes posibilidades del debilitado sector argentino: "El triunfo absoluto de la concentración es nocivo para la cultura. De ahí que muchos acá estén haciendo esfuerzos impresionantes para la diversidad".