EL LIBRO DE LA SEMANA

Crítica de 'Esta bruma insensata': tres días de octubre

Enrique Vila-Matas redondea una ficción sin auto que valga, aunque los dos protagonistas son sendos avatares reconocibles del autor

El escritor barcelonés Enrique Vila-Matas.

El escritor barcelonés Enrique Vila-Matas. / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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Del viernes 27 al 29 de octubre del 2017, esos son los tres días en que sitúa Vila-Matas 'Esta bruma insensata'. Que nadie crea que el escritor metaliterario ha dado el salto político, porque en esta novela la simbólica proclamación de la República y la exaltación patriótica subsiguiente son apenas un delgado telón de fondo para la coreografía de sus inveterados temas: la subsistencia de la literatura en tiempos hostiles, la persistencia en ella o el desistimiento, el sentido de perseverar o dejarlo, la tentación de la fuga y el anonimato, la originalidad como fetiche o espejismo, el eco intertextual en forma de reescritura o de cita de cuanto ha sido ya dicho y archivado. Esta pertinacia temática dota a la obra de Vila-Matas de un carácter singular en las letras europeas, el de construir una sólida ejecutoria sobre el suelo movedizo de las dudas e incertidumbres que acechan lo que hemos llamado "literatura".

Esos ángulos de incidencia en la crisis de lo literario se abordan aquí a través de dos hermanos antagónicos: el narrador, Simon Schneider, y el célebre novelista Rainer Bros o Gran Bros, que veinte años atrás cambió de país, idioma y estrategia para convertirse en un escritor norteamericano oculto, como Thomas Pynchon. Durante esos dos decenios, Simon ha servido a su hermano como proveedor de citas y de sugerencias estructurales cifradas (captadas, cree él, por su cuñada Dorothy) y Rainer, con ese material ajeno, ha escrito las cinco "novelas veloces" que le han granjeado fama mundial y el prestigio de autor inaccesible. Después de tanto tiempo, Simon va a reunirse con él en Barcelona, sin saber bien para qué. Y así ocurre el domingo, tras haberse retirado, huyendo de la insensatez generalizada, a una casa en ruinas en el cabo de Creus en lo que parece una estancia en el infierno. Hasta llegar a la reunión de Simon y Rainer, epicentro vibrante del relato, la novela progresa mediante una técnica que combina el préstamo literario (un arte de las citas que no renuncia a la gratuidad cómica y el absurdo) y el relato de actos fallidos y tiempos muertos, salpicado de destellos de ingenio y señales para la interpretación.

En el esperado encuentro final, que evoca el de 'El corazón de las tinieblas' de Conrad o, mejor, el de 'Apocalipse Now' de Coppola, con el atronar de los helicópteros (en Barcelona y en Vietnam), se concentra la parte más reflexiva (casi diría doctrinal) del relato. Aquí se enfrentan dos hermanos que comparten el deseo de distanciarse del mundo, pero que difieren en su confianza en la literatura. Rainer ha erigido su obra sobre el desprecio, fluctuando entre seguir escribiendo con desgana o abandonar de una vez; en cambio, Simon es una especie de cristiano primitivo que, refugiado en su catacumba, alimenta la fe en la potencialidad de la palabra. Ha de ser él, por tanto, quien, años después, cuente sus vicisitudes en las tres tristes jornadas de octubre, entre ellas la última ocasión en que vio al enigmático Gran Bros. Pero ni siquiera en esto puede ser original porque la idea de escribir una autoficción había sido de su hermano y él tan solo, sin salir de su condición subalterna, la ejecuta. Mientras tanto, Vila-Matas redondea una ficción sin auto que valga, aunque, no nos engañemos, tanto Rainer como Simon son dos avatares reconocibles del autor que se construyó una casa para siempre.