CRÓNICA DE ÓPERA
'Je suis narcissiste', una gran ópera cómica
Raquel García-Tomás triunfa en el Teatre Lliure con este retrato certero del reino del culto al ego y las redes sociales
Pablo Meléndez-Haddad
Pablo Meléndez-Haddad
En un mundo digital como el que se vive hoy en Occidente, el aislamiento social tiene nombre de ‘likes’, de emoticono, de selfi. Y por lo mismo hay pánico al ‘bullying’ del grupo de pertenencia y una necesidad más imperiosa que nunca de reconocimiento y aceptación gracias, precisamente, a la democratización de la tecnología. Por lo mismo, el culto al ego, al yo, al narcisismo, es lo que delimita las fronteras y corona a los ‘triunfadores’ en el reino de las redes sociales, de los ‘bloggers’ y de los ‘influencers’. De todo ello habla ‘Je suis narcissiste’, una iniciativa de Òpera de Butxaca i Nova Creación coproducida por el Teatro Real y del Teatro Español de Madrid y el Lliure barcelonés donde aterrizó, entre vítores y carcajadas, este fin de semana.
Algunos dicen que la trama de esta ópera cómica contemporánea de la compositora Raquel García-Tomás y la libretista Helena Tornero estrenada en el Español el 7 de marzo pasado, al ser tan actual obedecería a una moda puntual y, por lo mismo, la obra podría tener sus días contados de cara a un futuro muy próximo, pero lo cierto es que el resultado final es esperanzador: por fin se está ante una obra lírica española que convence, emociona y provoca que el público se identifique con lo que se explica y con la forma en que la partitura moldea la dramaturgia. Lo triste: las pocas representaciones. Esto hay que recuperarlo como sea.
‘Je suis narcissiste’ es un retrato certero del momento actual; llega tanto al pequeño burgués que acude a verla que cada escena dibujada con inteligencia por Marta Pazos pone al espectador ante un espejo. Esta acertada sensibilidad es cosa de mujeres: una libretista, una compositora y una directora de escena. Juntas han conseguido el milagro de que una ópera de hoy funcione, que el concepto bufo no sea a costa de nadie y que la música sea un reflejo de la trama. Con una partitura que se ríe de la ópera seria con buen humor y amor, García-Tomás estructura las escenas con un eclecticismo admirable, sabio y pleno de sentido teatral, sacando partido del libreto al que no traiciona en ningún momento cuidando como se debe hasta la acentuación de cada palabra.
El uso del micro, único pecado
Con el espectáculo rodado por las funciones en Madrid, el estreno en el Lliure del sábado fue todo un éxito, tanto que hizo olvidar el único –gigantesco, inmenso, destructivo– pecado de la propuesta: el uso del micro; la sátira a la ópera falló al pasar de puntillas ante aquello que hace único al género, su esencia, un arte reñido con cualquier método de amplificación electrónica.
Pero el pecado quedó relegado por la historia, el formato y los intérpretes. Vinicius Kattah concertó a un grupo de la Orquestra Simfònica Càmera Musicae con total eficacia en este lenguaje políglota que habla la compositora, subrayando las citas y los guiños al gran repertorio. Elena Copons y María Hinojosa no necesitan micro para dejar claro que son dos grandes; ambas dieron empaque, rigor y adecuación a sus personajes. Toni Marsol se movió con su desparpajo y su canto habituales y Joan Ribalta –que sí necesitaba micro– convenció por simpatía y entrega.
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