CRÍTICA DE MÚSICA CLÁSICA

El Liceu visita el Palau

La Simfònica del Gran Teatre interpretó a Guix, Ravel y Stravinsky

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Pablo Meléndez-Haddad

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La visita del martes de la Simfònica del Liceu al Palau de la Música Catalana se realizó de la mano de un programa en clave de absoluta modernidad y con la 'Consagración de la primavera' como principal reclamo. Las contadas actuaciones concertísticas -y camerísticas- del conjunto liceísta, que tanto se reclaman desde el departamento musical del coliseo lírico, tienen en estas salidas la posibilidad de visitar ese repertorio que en el Gran Teatre no es posible debido a la intensidad de la propia actividad operística. Dentro de la temporada de Palau 100, la obra maestra de Igor Stravinsky se ofreció en la segunda parte de la velada después de esa sugerente mezcla que se creó entre las 'Imatges d'un món efímer' de Josep Maria Guix que abrió el programa, y el mejor Ravel, el de 'Shéhérazade'.

La obra del compositor catalán se impuso como un seductor juego sonoro que describía ese mundo efímero como si fuera el despertar de una luminosa mañana de verano, una alborada que nunca cae en excesos y que la Simfònica liceísta hizo suya sin mayores problemas pese a lo alejado que se encuentra de su lenguaje habitual.

Más en su línea le siguieron los tres poemas para voz y orquesta de Ravel enmarcados en 'Shéhérazade', ese sueño orientalista del compositor francés en el que le costó encontrarse cómoda a Anita Harting, cuya hermosa y esmaltada voz se escuchó como velada por flemas, con un canto en el que debió recurrir constantemente a la ‘messa di voce’ atacando muy pocas notas de manera directa, sobre todo en la extensa y compleja 'Asie'. Con graves poco consistentes, brilló sin duda al subir al agudo, pero no fue suficiente para un público que ni tan solo le pidió una propina.

La 'Consagración' -obra que precisamente se programó hace dos semanas en el curso de la OBC con el aclamado Kent Nagano a la batuta- se ofreció en una lectura muy detallista y de adecuada base rítmica, con una convincente actuación de los miembros de la orquesta guiados con pulcritud por Josep Pons, quien parecía encontrarse en su elemento ante este monumento sonoro. Y si la ampliada sección de metal cometió algún pecado, la madera triunfó por su entrega y concentración, con un desempeño loable y siempre certero, juicio que también puede aplicarse a la percusión, familia que también hubo de ser reforzada para esta visita al Palau.