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Una veintena de artistas se unen para luchar contra el tráfico de armas

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Eduardo de Vicente

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Una de las múltiples funciones que tiene el arte es la de concienciar a la gente sobre los problemas del mundo contemporáneo. Y uno de los principales son las guerras, que conllevan el tráfico de armas y acaban provocando las crisis de refugiados. Un grupo de artistas han querido decir basta y crear una serie de obras para denunciar la situación. Estas piezas, valientes, atrevidas y conmovedoras pueden verse durante todo este mes en Verdejade, en el barrio de Gràcia.

Es un establecimiento pequeñito regentado por Eugenia Molina, una interiorista que dirige esta concept store dedicada a los objetos de decoración e ilustración con cerámicas y mucho producto nórdico. Contra la venta de armas, título de esta muestra, está compuesta por 26 obras que pueden contemplarse en el mismo local. Y también pueden adquirirse por precios que oscilan entre los 25 y los 385 euros. Además, estaremos contribuyendo a una buena causa, ya que parte de los beneficios irán a parar al Centre Delàs d’Estudis per la Pau, un observatorio que lucha contra el tráfico de armas y aboga por la resolución de los conflictos armados y la cultura de la paz.

Obras sorprendentes y originales

Cada uno de los artistas ha desarrollado el tema a su manera, libremente, y el resultado son 26 trabajos muy originales, reivindicativos y sorprendentes. Todos ellos carecen de título y son cuadros, ilustraciones, dibujos o pinturas con una excepción, dos piezas de cerámica (Woodic) que representan dos balas perdidas en las que están inscritas las palabras “futuro” y “esperanza”.

Algunas de ellas son muy contundentes. Mariona Tolosa propone un collage con la imagen de un traficante con una corona de rey y un botín de dinero mientras se apoya sobre unas armas y unas cabezas humanas. Sandra Hernández muestra los cuerpos de un jeque y un tipo trajeado cerrando una transacción, pero no se les ven las caras. Podría ser cualquiera, incluso gente conocida…  Anna Grimal utiliza una carta de póquer, el rey, que se apunta a la cabeza mientras se ven manchas de sangre. La religión también recibe su dosis de crítica con una pistola que se transforma en un reclinatorio (Laura Liedo).

La ironía y las imágenes más duras

Otras proponen visiones irónicas como Silvia Cabestany que ofrece ayuda humanitaria para soldados: un militar está sobre una montaña de calaveras mientras caen del cielo unos libros en paracaídas, o Sergi Moreso con un cómic en el que enseña a montar las piezas de un arma para guardar una sorpresa en la última viñeta, el soldado se ha convertido en un payaso trilero. Por su parte, Alba Vilardebó ha inventado la macabra aplicación Wallabomb donde pueden adquirirse todo tipo de armas.

Hay artistas que impactan con imágenes más crueles (o realistas, como también las podríamos denominar) como África Fanlo que muestra a dos palomas, una adulta y otra más pequeña (símbolos de la paz o la libertad) que han sido tiroteadas o una niña que se ahoga en el mar entre bombas (Maria Palet). Marc Brocal muestra el interior de una fábrica armamentística donde los obreros son calaveras; un cuaderno en el que un niño escribe “me gusta ir a la escuela”, pero el colegio es bombardeado y deben huir (Aurora Portillo) o una frase de una niña fallecida que recuerda que su padre y su hermano manejan armas (Chiara Fatti). El más estremecedor es el de Javier Royo con unas pistolas y rifles que conversan “siempre soñé con ser una bicicleta infantil” y la respuesta pone los pelos de punta, “piensa que con un poco de suerte igual conoces a algún niño”.

De los refugiados a la esperanza

Los refugiados que deben huir de sus países son otro tema recurrente. Lara Costafreda destaca una bomba en rojo mientras muestra a familias escapando y Bea Crespo dibuja una pistola cuyo cañón se convierte en una ola que transporta una barca. Paralelamente, el empoderamiento femenino se muestra por medio de una mujer que rompe un arma (Violeta Noy).

Pero no todo son dramas, también hay visiones más esperanzadoras como la de Júlia Solans, en la que un pequeño utiliza un lápiz en forma de fusil para pintar una paloma de la paz, o la de Olga Molina sobre las instrucciones para el buen uso de un arma de fuego: hay que plantarla y acabará convirtiéndose en un ramo de novia. Algo más inquietante es la visión de Gala Pont: una casa de la que salen flores, es hermoso, pero ¿por qué está vacía?

Niños, mujeres y un cartel potente

Completan la exposición un niño sobre una ametralladora (Noemí Villamuza), una mujer de cuyos dedos humeantes surge la frase "Gun free" (Elisa Munsó), unas camisetas con diana haciendo de espantapájaros (Albert Arrayás), la silueta de un fusil en cuyo interior se ve el comedor de una casa (Pierre Marquès), una fotografía de un niño sobre la que se superponen unos juguetes armamentísticos extraíbles (Ricardo Tomás) o la que sirve para dar imagen al cartel de la muestra, una mano que enciende bombas como si fueran fuegos artificiales (Sonia Pulido). Una veintena de obras contundentes o emocionantes que no dejan a nadie indiferente. ¡No a la guerra!