ENTREVISTA

Quilapayún: "Víctor Jara fue siempre un poco misterioso"

El grupo de origen chileno actúa en el Teatre Joventut, dentro del festival Barnasants, con el recital 'Gracias a Violeta y a Víctor'

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Jordi Bianciotto

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La legendaria agrupación surgida en Chile en 1965, actualmente con sede en París, regresa al festival Barnasants con el recital 'Gracias a Violeta y a Víctor', homenaje a sus dos glorias nacionales, Violeta Parra y Víctor Jara (Teatre Joventut, de L’Hospitalet, 19.00 horas). Hablamos con sus dos miembros más destacados, Rodolfo Parada (integrante desde 1967) y Patricio Wang (1979).

Comencemos con Violeta Parra: ¿qué conviene recuperar de su figura y legado?

Patricio Wang: Toda su obra ya está reconocida, pero es bueno recordar que era una artista de ideas muy avanzadas, que presentó su obra plástica en el Louvre… A veces se la pinta como una campesina humilde, cuando tenía diversos perfiles. Su composición 'El gavilán', por ejemplo, es técnicamente muy compleja.

Ella murió en 1967, cuando el grupo estaba todavía empezando. ¿Llegaron a conocerse?

Rodolfo Parada: Hubo una relación personal con Willy Oddó, sin repercusión profesional. Pero en su día no acudimos al repertorio de Violeta Parra por eso: su legado entonces ya era imponente, y comenzamos a cantar 'Qué dirá el santo padre' y 'Por qué los pobres no tienen', y otras canciones. Ahora hemos recuperado 'Gracias a la vida', que nunca habíamos interpretado, y que fundimos con 'Corazón maldito'.

Con Víctor Jara sí que hubo una relación estrecha, ya que llegó a ser el director artístico de Quilapayún.

R.P: Quilapayún era un grupo de principiantes que fue a solicitar ayuda a artistas ya asentados. El primero fue Ángel Parra, que le dio al grupo la canción 'El pueblo', y luego, Víctor Jara. Esa relación fue más estable. En el disco 'Canciones folclóricas de América' (1967) se nota su mano, en el repertorio y en los arreglos. Era un buen músico, pero oral, autodidacta. Hizo una armonía novedosa para 'Hush-a-bye', una canción que Peter, Paul & Mary cantaban con un arreglo más banal. Tuvo una influencia también escénica en nosotros. Nos enseñó un comportamiento estético, un respeto por el público, cómo ensayar partiendo del silencio… Y el influjo fue político también: él era ya militante comunista, nosotros también, y nos consolidamos con él. Todo lo que hacía Víctor olía a pueblo, a campo y a verdad. Por eso, él está en el ADN de Quilapayún desde el principio, mientras que Violeta Parra forma parte también de nuestra identidad emocional.

¿Cómo le recuerda en el trato personal?

R.P: Aunque estuve muchas veces con él, no tuvimos una relación muy estrecha y me pregunto si alguien la tuvo alguna vez. No lo veo amigo de otros miembros del grupo. Para mí fue siempre un poco misterioso. Todo lo interiorizaba. Seguramente tenía una vida íntima creativa. Por otra parte, él era un hombre de pueblo, y nosotros éramos universitarios de Santiago.

¿Dos mundos distintos?

R.P: Quizá él tenía alguna precaución, o quería conservarse más puro. Pero tengo muchos recuerdos con él: después de actuar en el Festival de Canción Chilena presentando 'La plegaria del labrador', estuvimos en su casa invocando a los Dios, sacando cacerolas, dando vueltas de indio en el salón, gritando "vamos a ganar, vamos a ganar"… Un recuerdo agradable, con buen humor. Pero recuerdo cuando nos separamos, después de 'Basta'. Se había ido una temporada a estudiar teatro a Inglaterra y cuando volvió le dijimos que nos parecía impropio que apareciera como director artístico del grupo. Tuvimos una pelea que no fue del tipo "¡ándale a la mierda, huevón...!", pero sí un poco fuerte. Pero era legítimo por nuestra parte.

Los últimos años 60 fueron años de protestas estudiantiles, de París a Berkeley pasando por México. ¿También Chile?

P.W: Sí, la reforma universitaria de 1968, que lo cambió todo, fruto de las grandes huelgas.

R.P: Se consolidó todo un esfuerzo de estudiantes, obreros, partidos, que llegaron a crear la unidad popular, que en 1970 llevó a Salvador Allende al poder. Años de dinamismo social y cultural. En música, el rol de las Juventudes Comunistas fue muy importante: crearon el sello Dicap, de folclore y nueva canción chilena. Ahí grabaron Quilapayún y poco después Inti-Illimani.

Quilapayún no componía canciones entonces: adaptaba piezas populares de toda América, de norte a sur.

R.P:  Las más populares fueron 'Qué dirá el santo padre' y 'La hierba de los caminos', una canción revolucionaria española. Y 'Bella ciao'. Nos dieron una gran popularidad en los medios universitarios.

Más tarde llegaría 'El pueblo unido jamás será vencido', de Sergio Ortega.

R.P: Sí, aunque según algunos testimonios, el mío al menos, el 25% del texto es de todos nosotros, de Quilapayún, e incluso de algún miembro de Inti-Illimani que estaba esa tarde por ahí. Sergio Ortega era amigo, íbamos a su casa y terminábamos las canciones entre todos. Quilapayún siempre ha sido una experiencia colectiva, no es la criatura de nadie en particular.

El golpe de Pinochet, en 1973, les sorprendió en Francia y ahí se quedaron.

R.P: Sí, y entonces sentimos la necesidad de crear nuestra música, respondiendo al momento. En Francia el trabajo de cantautor estaba mejor valorado que el de intérprete. Después del golpe tuvimos mucho trabajo allí. Todo el mundo quería un grupo chileno por solidaridad.

Una cuestión espinosa les acompaña desde hace años: en el 2003, un exmiembro histórico del grupo, Eduardo Carrasco, montó un grupo con otros excompañeros y le puso de nombre Quilapayún. ¿No darán una alegría a sus seguidores de siempre con una gran reunión?

R.P: Es imposible.

P.W: Quilapayún ha seguido siempre en activo. Hay gente que se fue y nosotros seguimos. Aquí hay un gran oportunismo. Nosotros fuimos siempre Quilapayún y seguimos siéndolo.

R.P: Tratamos de inscribir el nombre, pero no funcionó. Tuvimos una pelea relativa, en Francia, y perdimos.

Y aunque vivan en Francia, no se les permite utilizar el nombre de Quilapayún en ese país.

R.P: Cuando uno afronta un juicio debe tener buenos abogados, y uno con ingenuidad piensa que la otra parte será honesta. Nosotros representamos la continuidad de Quilapayún. Pero ellos, con un abogado muy mentiroso, se inventaron que Carrasco no había dejado nunca al grupo, ¡y convencieron al juez! Fuimos mal defendidos. Hablamos de un tipo con una megalomanía desproporcionada e ilegítima.

P.W: Hay una resolución judicial en Francia, y eso ya no tiene vuelta atrás. Habría que ver en Europa.

¿No le duele que esa división lance un mensaje descorazonador, toda una metáfora de las desencuentros de la izquierda, por cierto?

R.P: Sí, es lo terrible. Carrasco está consiguiendo lo que no consiguió la Junta Militar: cargarse a Quilapayún. Aún quedan años por pelear, pero si logra ganar la batalla, el grupo morirá, y es lo que él quiere, que el grupo muera con él. La única manera de salvar a Quilapayún es que nosotros mantengamos alta la bandera de la creatividad, siguiendo con nuestros discos y espectáculos.

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