CRÓNICA TEATRAL
'A.K.A.', la revelación del teatro adolescente
Alberto Salazar deslumbra en su monólogo con un extenuante ejercicio de potencia física, expresividad y empatía
De vez en cuando, de las salas alternativas emerge un cometa cuya luz ciega al resto de producciones del circuito comercial. No se me malinterprete, no es por falta de talento en el panorama off, al contrario, más bien se trata de un elogio de esa abnegación que trabaja por abrir todos los tapones de una realidad escénica precarizada. El reestreno de 'A.K.A (Also Known As)' tenía algo de fiesta alargada de los cuatro premios Butaca, una puesta de largo con bastante público profesional curioso del fenómeno, del cómo y por qué una obra de la Sala Flyhard –45 butacas– salta al Espai Lliure y por el camino se convierte en la revelación de la temporada. Vamos por partes.
En un contexto teatral tan envejecido, bienvenida sea la tímida tendencia de intentar conectar con los referentes del público joven. Daniel J. Meyer se aboca a un honesto esfuerzo de retratar la vida de Carlos, un adolescente de 15 años con los tics normales de su edad y época: relación tirante con padres y profesores, adicción al móvil y redes sociales, primeros contactos con las drogas y el amor... Más adelante nos percataremos de sus orígenes, y la incomprensión acabará depositando sobre el frágil equilibrio de su mundo todo el peso de los prejuicios raciales. Se agradece la franqueza del punto de vista, evitar las valoraciones tan corrientes en otros autores que escriben sobre un contexto juvenil que les queda más o menos lejos. Algo más despagados nos quedamos con esa trágica espiral de sucesos finales, con personajes añadidos y situaciones que resquebrajan la verosimilitud. Se hubiera podido contar lo mismo sin necesidad de acudir a esa pirotecnia tan propia de los seriales televisivos para jóvenes, y sin entrar en el inoportuno tema de la denuncia por falsa violación.
Huracán Alberto Salazar
En tanto que monólogo, el fulgor de su protagonista resulta esencial. Alberto Salazar (24 años) deslumbra con un extenuante ejercicio de potencia física, expresividad y empatía que la directora Montse Rodríguez Clusella explota y canaliza con ritmo de filme de Guy Ritchie. Puede parecer histriónico por momentos pero no olvidemos que se trata de un ser atrapado en esa montaña rusa de emociones tan propia de la adolescencia, un espejo para sus iguales y un evocador torrente de recuerdos para quién se lo mira en la distancia de los años.
En la línea de sumar sin hacerse demasiado presente, la iluminación de Xavi Gardés es una pieza fundamental en la atomización de espacios que exige la fragmentada narración. Y así, casi todo encaja al final en esta propuesta en origen modesta de presupuesto pero sin límites en la entrega. Localidades agotadas ya, pero en marzo 'A.K.A' continuará dejando su estela sobre La Villarroel.
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