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Las claves del éxito de 'A.K.A.', la sorpresa teatral del año

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Marta Cervera

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A veces ocurre que todo confluye y una obra se acaba convirtiendo en un fenómeno. Es el caso de 'A.K.A. (also known as)', un montaje de pequeño formato nacida en la Sala Flyhard de Sants que ha arrasado en la última edición de los premios Butaca, otorgados por el público. Analizamos con sus creadores las claves del éxito de esta propuesta actualmente en cartel en el Teatre Lliure hasta el 30 de este mes.

Los responsables de 'A.K.A.' son el argentino Daniel Meyer, autor del texto, la directora de Vic Montse Rodríguez Clusella y el actor de Vallromanes Albert Salazar. “Nunca imaginé tamaña respuesta por parte del público”, dice Salazar. “La primea vez que hice la obra estaba cagado”, recuerda el joven intérprete, a quien el público había visto antes en series como 'La Riera' o montajes como 'Paradise'. “Dos semanas antes de estrenar, que fue en Vic, me entró tal histeria y ansiedad que tuve que ir a casa de mis padres”. Era su primer monólogo. “Había ensayado con sillas, hablándoles como si fueran el padre, la madre y el mejor amigo de mi personaje. Pero la idea de tener a gente de carne y hueso mirándome daba mucho respeto”.

No era fácil meterse en la piel de ese chico magrebí, adoptado de niño por unos catalanes, a quien todo se le viene encima cuando la que tenía que ser su primera noche de amor con la chica que le había robado el corazón se complica. Y solo porque alguien les vio, porque ella era menor, porque él no pertenecía a la misma clase acomodada de ella y por tantas cosas que nunca hasta entonces habían sido ningún obstáculo en su vida. Y es que los temas que plantea ‘A.K.A.’ son universales: el amor, las relaciones paterno-filiales, la identidad, el racismo, la injusticia...  

Escrito de un tirón

Para J. Meyer la escritura de la pieza fue de lo más fluida. En realidad, la obra le salió de un tirón. “Me senté a escribir una noche. Vomité toda una serie de inquietudes relacionadas con mi vida porque yo también soy alguien de fuera, un inmigrante, un argentino que llegó con 15 años aquí”, explica el autor, que a parte de crear piezas como 'Abans', trabaja habitualmente como ayudante de dirección con Àngel Llàcer. Tras releer el texto, no tenía claro si sería recomendable llevarlo él mismo a escena. El actor Quim Ávila le sacó de dudas. Primero le puso en contacto con Montse Rodríguez, la directora y, después, con Albert Salazar. "A ella le pasé el texto, todavía sin título. Le gustó que los personajes tuvieran características específicas, enseguida se hizo una idea de lo que necesitaba”. 

El público se convierte en juez, testigo y cómplice de la evolución del protagnista, que experimenta todos los prejuicios de la sociedad hacia el extranjero en un momento delicado: la adolescencia. “Lo que te ocurre a los 15 años cuando estás formando tu personalidad tiene una gran influencia en como serás”.  

Confianza y creatividad

Durante el proceso de ensayos todos hicieron piña para que las palabras se transformaran en emoción, tomaran cuerpo e intensidad. “Había que hallar un lenguaje visual, se trataba de dotar de vida la narración”, indica la directora, que junto con Meyer proporcionó a Salazar una red de seguridad donde sentirse cómodo para experimentar. “Han creado una pieza a mi medida, teniendo en cuenta hasta dónde podía llegar”, explica el actor que, más allá de emocionar, ha desarrollado todo un lenguaje gestual, incluyendo hasta demostraciones de 'skate' y de hip-hop. “He aportado mi creatividad porque me han dado mucha libertad a la hora de crear el personaje”.    

Y todavía van afinando aspectos de la obra, actualmente en el Espai Lliure de Montjuïc y que después recalará, en marzo, en La Villarroel. “Mucha gente sale del teatro agradecida", dice satisfecho el autor. Hay padres que les han dicho: “Me habéis dado una idea para tratar determinado tema con mi hijo”. Y algún joven: “Gracias, me habéis dado voz”.

Sin el apoyo de la pequeña gran Flyhard, una sala de Sants con capacidad para 50 espectadores, nada de esto existiría. “Las salas pequeñas hacen un enorme trabajo y ese esfuerzo común con los creadores es palpable”, destaca Meyer. “Y se hacen cosas de calidad”, añade Salazar. También son parte de este éxito.