CRÓNICA

Nightwish, la madre de todas las batallas

La banda finlandesa recorrió sus 20 años de hazañas a golpe de power metal sinfónico en el Sant Jordi Club

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Jordi Bianciotto

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El equivalente musical a uno de esos peliculones épicos con batallones de soldados medievales trepando por cumbres montañosas así de altas y librando combates a muerte entre el bien y el mal viene a ser el grupo finlandés Nightwish. Música proveedora de sensaciones fuertes, de encuadres vertiginosos, carreras a alta velocidad y una voz de soprano vikinga como la de Floor Jansen, cantante (holandesa) de un grupo capaz de reunir a 3.100 personas este sábado en el Sant Jordi Club.

Espectáculo de cuidado guion y puesta en escena, repertorio fijo noche tras noche, llamaradas cuyo calorcito se sentía desde la grada, y una pantalla de vídeo gigante envolviendo las canciones con imaginería fantástica: el búho que se introducía en el ojo de la tormenta en la primera pieza, ‘Dark chest of wonders’, tras la melancólica introducción folk de Troy Donockley, músico inglés que maneja flautas, gaitas y bouzouki. Sí, Nightwish juega con esos contrastes entre el lirismo y el épica pasada de rosca. Y tira, por lo general, de un power metal desbocado, reforzado por las capas de teclados del líder en la sombra Tuomas Holopainen y el estruendo de la batería de doble bombo.

Soprano y bestia escénica

En este ‘Decades tour’, Nightwish conmemora su 20º aniversario mirando hacia atrás, a la primera de sus dos décadas de vida, cuando la voz cantante la llevaba Tarja Turunen. Los fans veteranos la siguen echando en falta, aunque Jansen es técnicamente impecable, cubre todos los registros y es una bestia escénica. Aunque, amiga Floor, ojo con el abuso de ‘headbanging’: Tom Araya, de Slayer, de tanto sacudir la cabeza, tiene las vertebras hechas unos zorros y los médicos le recetaron hace tiempo contención.

A ojos del profano, el repertorio de Nightwish tiende a la linealidad: ‘tempos’ acelerados, uno tras otro, y estribillos ideales para animar la toma de la fortaleza de ‘El señor de los anillos’: ‘Wish I had an angel’, ‘10th man down’, ‘Come cover me’... Tonadas, hay que decir, que entrañan un carácter melodioso pop digno de Eurovisión. La apertura de registro se hizo notar en la abracadabrante ‘Gethsemane’, el influjo céltico de ‘Élan’ y la introspectiva ‘Dead boy’s poem’. Y pasado el ecuador de la noche, exaltaron más aún los ánimos los coros a lo ‘Carmina Burana’ de ‘Last ride of the day’, la lírica ‘The carpenter’ y el gran clásico, ‘Nemo’.

El punto álgido llegó cuando Nightwish se introdujo en el largo poema épico ‘The greatest show on earth’, una cancioncita llena de cambios de ritmo y golpes de efecto que versa sobre una materia tan, hum, manejable como la creación del planeta Tierra. A ello dedicaron sus últimos esfuerzos, prolongados con otro ‘hit’, ‘Ghost love score’, en torno a una historia de amor fantasmal que nos viene a decir que Nightwish debe de encontrar la realidad cotidiana rematadamente aburrida.

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