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'Los 39 escalones', un Hitchcock que se convierte en una comedia con cuatro actores y cien personajes

obra de  teatro  los 39 escalones

obra de teatro los 39 escalones / periodico

Eduardo de Vicente

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Alfred Hitchcock fue un director de cine famoso por su habilidad para mantener intrigado al espectador a quien hacía sufrir como pocos lo han conseguido. Pero el realizador británico también tenía un gran sentido del humor y sus filmes siempre ofrecían algunos detalles divertidos que pretendían rebajar de tanto en cuanto la tensión. Resulta curioso cómo ahora se está llevando su obra al terreno de la comedia teatral. Hace poco podíamos ver el divertido McGuffin de Mònica Pérez y Jordi Ríos, inspirado en sus obras, y ahora llega otro montaje que toma como punto de partida Los 39 escalones de la que, casualmente, se proyectaban fragmentos en la obra de la pareja cómica.

El original hitchcockiano, de 1935, y basado en la novela de John Buchan fue su primer gran éxito en su etapa británica, el que provocó que el público y la industria se fijaran en él y empezara a convertirse en un cineasta famoso. Su adaptación teatral sigue bastante fielmente el texto pero añadiendo múltiples elementos cómicos, una gran agilidad escenográfica y reduce el número de actores al mínimo, tan solo cuatro que interpretan una gran cantidad de personajes.

Un falso culpable

Estamos en el Londres del año citado y un hombre se ve envuelto en el asesinato de una mujer a la que acaba de conocer. Es el principal sospechoso y, para demostrar su inocencia, deberá huir, encontrar a un perverso tipo al que le falta un dedo y descubrir en qué consisten los misteriosos 39 escalones del título. Por el camino conocerá a una chica que se verá obligada a acompañarle en sus aventuras.

Los 39 escalones que pueden verse en el Eixample Teatre tienen de todo. El aroma Hitchcock presente desde el argumento habitual (el falso culpable) a la rubia de turno, emocionantes persecuciones, ráfagas de las bandas sonoras de sus películas y referencias a otros títulos del director (como Con la muerte en los talones). Los fans del maestro del suspense no saldrán decepcionados. Pero lo mejor es lo que aporta a diferencia del filme…

Ritmo trepidante y actores que se multiplican

El ritmo es vertiginoso, trepidante, con continuos cambios de vestuario y mobiliario que ejecutan los actores, escenas muy originales y una catarata de gags que provoca que acabes rindiéndote. El protagonista, Javier Arroyo, hace de Robert Donat pero, curiosamente, se parece mucho más físicamente al Michael Redgrave de Alarma en el expreso (¿será otro guiño para expertos?). Debe ser el que más se aburre porque interpreta un solo personaje aunque también es el único que, prácticamente, no abandona el escenario y el que más suda ya que se pasa un tercio de la obra corriendo. No necesita ir al gimnasio. Marta Tomasa interpreta a tres de las mujeres, la asesinada del inicio (sus errores idiomáticos provocan las primeras carcajadas), la esposa de un granjero y a la inevitable rubia pasando de la elegancia y la sofisticación a la actuación más gamberra. En alguna funciones la sustituye Laura Olivella.

Capítulo aparte merecen los dos actores que son citados como los clowns: los camaleónicos Rubén Yuste y Xavi Duch. Según la promoción, cuatro actores interpretan 100 personajes. Quizás no lleguen a tantos, pero si fuera cierto, entre ambos se reparten los 96 restantes, entre ellos algunos femeninos. Sus cambios son tantos y tan rápidos que provocan la hilaridad, a cuál más alocado. Son los tapados de la obra, teóricos secundarios pero auténticos protagonistas. Nunca sabes con qué te sorprenderán a continuación. Atención al momento en el que uno de ellos da vida simultáneamente a un empleado ferroviario, un policía y un pasajero a los que identificamos cuando cambia de gorras.

Todos los elementos calculados al detalle

Los actores deben fingir el traqueteo de un tren, el movimiento en un coche o una moto con sus baches y sus curvas, representar una persecución con un teatrillo de sombras chinas, participar en una pelea armados con lápices, limpiacristales o ¡una grapadora! o intentar mantener en su sitio una dentadura postiza rebelde.

Es una hora y media que pasa volando, que aprovecha todos los rincones del teatro, en la que todo debe estar perfectamente calculado para que cada elemento de atrezzo y vestuario esté en su lugar y pueda ser utilizado, con chistes de todo tipo (desde los más elaborados a los más básicos). No es fácil y de ello se ha ocupado un director experto, Pau Doz (Sugar) que consigue montar unas coreografías en las que todo cuadra y cada elemento está en su sitio. Un auténtico reto para el reparto que no puede permitirse la más mínima distracción y acaba exhausto tras una sesión intensa y sin pausa. Recursos originales, entrega del elenco y una trama salpicada por tantas risas que nadie puede criticarla. El espectáculo ideal para pasar un buen rato (y para los cinéfilos, aún más) y en el que los niños se lo pasan igual o mejor que los mayores.