CRÓNICA
'El monstre al laberint': un viaje interesante e integrador
Magnífica acogida en el Teatre Grec de la ópera contemporánea dirigida por Constanza Brncic y Simon Halsey
Marta Cervera
Periodista
Marta Cervera
Fantástica acogida en el teatre Grec de 'El mostre al laberint', una ópera contemporánea de Jonathan Dove que reinterpreta el mito de Teseo, interpretada por unas increíble masa coral de 300 personas de los coros del Orfeó Català. Había desde niños de seis años hasta abuelos, todos ellos cantantes aficionados que se volcaron en una propuesta integradora donde participaron también muchos cantantes de los coros Clavé XXI, programa social estrella de la Fundació Orfeó-Palau.
La voz en 'off' de Lluís Homar, un magnífico Minos, rey de Creta, abrió el espectáculo. El libreto de Alasdair Middleton traducido al catalán por Marc Rosich empezaba sentenciando a los ciudadanos de Atenas a arrodillarse ante Minos. Los atenienses habían perdido la guerra y debían pagarle con la sangre un alto precio. Un barco "cargado de esperanza", de jóvenes de Atenas debía viajar a Creta y entregarlos al lúgubre laberinto dominado por el monstruoso Minotauro. Los emotivos cantos de los jóvenes condenados y del pueblo se unieron en un lamento aplacado por Marc Sala, un dinámico Teseo. Tanto él en su rol de héroe como la soprano Gemma Coma-Alabert, que interpretó a su madre se conjuntaron bien en el dúo. Y el barítono Toni Marsol se adaptó a su pequeño rol de Dédalo, constructor del laberinto.
La Jove Orquestra Nacional de Catalunya capitaneada por Simon Halsey, ese entusiasta y exigente director inglés, supo estar a la altura del reto. Brillantes especialmente en el despliegue de la percusión y los metales. La disposición de la orquesta en el centro del escenario permitía a Halsey controlarlo todo, tanto a coros, como de instrumentistas. Podían verle perfectamente todo los cantantes del Cor Jove que subieron y bajaron varias veces las escaleras del anfiteatro, creando una increíble sensación.
Gran trabajo coreográfico
No recuerdo haber visto el Teatre Grec tan bien aprovechado como espacio escénico. Constanza Brncic, coreógrafa y directora, sacó además un gran partido a las escaleras del anfiteatro, por dónde entraban y salían los coros cantando, envolviendo con la música todo el anfiteatro. Evitó las túnicas, apostando por un vestuario cómodo y contemporáneo. Y con pocos pero efectivos elementos situó al espectador y dio sentido al movimiento de todos los cantantes.
Cada conjunto coral aportó algo en este sentido. Tuvo mérito recrerar en escena el laberinto del título y crear el misterio suficiente hasta la aparición del monstruo, el acróbata Quim Giron, que apareció convertido en minotauro con una gestualidad animal y el torso desnudo. Su vestuario era raro. Según cómo se mirase, tenía más de oveja negra que de toro.
A tenor de los aplausos y las caras de todos los participantes, vale la pena apostar por este tipo de iniciativas integradoras. Ojalá Cesc Casadesús, director del Grec, siga por esta senda en próximas ediciones.
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