CRÓNICA

Pearl Jam, la intimidad más grandiosa

La banda de Seattle fundió mística y poder físico en un arrollador y generoso concierto en el Palau Sant Jordi tras 12 años de ausencia en Barcelona

Eddie Vedder, en el concierto del martes de Pearl Jam en Barcelona

Eddie Vedder, en el concierto del martes de Pearl Jam en Barcelona / periodico

Jordi Bianciotto

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En los 90 mirábamos a Pearl Jam y nos decíamos que no lo conseguirían, que una banda no podía ser popular y de culto a la vez, que acabarían o bien integrándose o en la periferia. Y bien, dos décadas después, hay que decir que lo lograron, que conservan un aura de banda de rock genuina y que a la vez llena pabellones como el Palau Sant Jordi, cuyas entradas volaron el pasado diciembre en un par de horas.

Los de Seattle presumen de una dignidad adulta y someten su repertorio a prueba todas las noches. Con una forma de rock que conserva su ferocidad y su mística, sin concesiones y haciendo de los conciertos experiencias muy poco pautadas. Sus repertorios cambian de arriba a abajo de una noche a otra, y pueden abrirse con una pieza tan oscura de su catálogo como ‘The long road’, la que eligieron este martes en Barcelona, cara B del ‘single’ ‘Merkin ball’, de 1995.

Sobriedad escénica

Refractarios a dar bola al ‘hit’, tratan su repertorio como si todas sus canciones lo fueran y construyen dinámicas lógicas, con secuencias arrolladoras, asociando piezas que quizá nunca habían sonado juntas. En este regreso al Sant Jordi, tras 12 años de ausencia en Barcelona, fueron entrando en materia con un tramo ‘in crescendo’ a través de la recogida ‘Elderly woman behind the counter in small town’ y de las paulatinas sacudidas de ‘Corduroy’, ‘Hail hail’ y ‘Mind your manners’ que, a modo de saludo, dejó la sala del revés. Escenario sin colorines ni rayos cegadores, ahora con una docena de globos móviles como puntos de luz, luego con unas tiras fluorescentes, creando ambientes discretos y cambiantes con zonas de sombra.

Tras ‘Do the evolution’, Eddie Vedder hizo prácticas de lengua española tirando de ironía. “Por cierto, ese partido de fútbol contra Rusia fue una mierda”, recordó. Y dedicó ‘Oceans’ a la memoria de un fan mexicano, Israel, que tenía entrada para el concierto y que falleció en una operación a corazón abierto.

Eso sí, Pearl Jam sabe que el grueso de su repertorio central es el de los 90, y aquellos primeros discos, con ‘Ten’ al frente, pusieron los pilares: de ‘Even flow’ (momento ‘guitar hero’ de Mike McCready) a ‘Daughter’ (que Vedder dedicó “a nuestras madres, esposas, novias, hermanas e hijas”) y ‘Jeremy’, que culminó con el micro saltando por los aires. Pero la banda jugó una vez más con el ‘setlist’, su modo de mantener vivas las canciones, y hubo espacio para piezas más escondidas como ‘Light years’, rarezas como ‘State of love and trust’ y hasta una escena de Vedder al ukelele en ‘Sleeping by myself’.

Vestigios de la era del rock

Pearl Jam dio una contundente impresión de dominio. Parecen ser conscientes de que sus mejores días como autores quedan atrás: ni siquiera tocaron ‘Can’t deny me’, adelanto del trabajo que preparan para el 2019. Pero como banda de rock en directo, esa expresión cultural tan del siglo XX, transmitió una intensidad a la que los más jóvenes aún pueden agarrarse para tratar de entender porque ese género conquistó el mundo.

Fundiendo el poderío físico con la profundidad emocional en ‘Come back’, el grupo se adentró en las propinas relamiéndose un poco en ciertos tramos instrumentales (‘Lightning bolt’) pero reincorporándose una vez más para retomar el paseo: ‘Once’, ‘Rearviewmirror’, ese ‘Smile’ con armónica, sacado de esa flor rara llamada ‘No code’ (1996) y cercano a Neil Young, y una entusiasta versión de ‘Baba O’Riley’, pasando a The Who por la trituradora grunge. Para cerrar, otra pieza peregrina: ‘Yellow ledbetter’, dejando atrás 30 canciones y dos horas y 45 minutos con poder para afianzar vínculos a gran escala.