CRÓNICA
St. Vincent impone su ley en el Vida Festival
La cantante y guitarrista art-pop impactó en una jornada también marcada por los 'hits' de Franz Ferdinand
Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
Juan Manuel Freire
Una jornada habitual del Vida empieza en el bosque, entre sonidos folk plácidos, o ligeramente rockeros, pero buscando menos la abrasión que cierta melancolía. De esto último saben un montón Ramon Rodriguez (alias The New Raemon) y Ricardo Lezón (líder de McEnroe), quienes el viernes recuperaron su alianza en el festival después de más de un año sin tocar juntos. La complicidad sigue intacta: véanse esas chanzas entre canción y canción que abrían las nubes negras formadas alrededor del Vaixell con 'Lluvia y truenos' o 'Malasombra'. Algo después de ellos, tomó ese mismo escenario Rey Lobo, grupo murciano de pop-folk sintético bajo el claro influjo de Bon Iver.
Mucho más visceral, Miren Iza, alias Tulsa, presentó en La Cova el repertorio de un disco, 'Centauros', en el que aparca un poco la guitarra para usar más el piano. En el escenario, podía concentrarse en modular su voz y acentuar el lado de performance. Mucha menos expresividad demostró, ya en La Masia, el folkie Nick Mulvey, quien tras conmover con una espartana plegaria ecológica ('We are never apart') se decantó, ya con banda, por grooves y melodías casi excesivamente agradables al oído.
Fuego disfrazado de hielo
La tibieza de Mulvey dio paso a la rotundidad de Clark, Annie Clark, más conocida como St. Vincent. Puesta en escena de impacto, empezando por el vestuario de la artista, body naranja neón con botas altas y guantes largos a juego, y siguiendo por ese batería y teclista ataviados con máscaras sin rostro. Completaba el cuarteto, colocado sobre el escenario en disposición estática e igualitaria a lo Kraftwerk, la multiinstrumentista Toko Yasuda (ex Enon), sin máscara para poder gritar mejor al principio de 'MASSEDUCTION'.
Clark hablo de sus músicos como "androides humanos", y ella también podía entrar en esa categoría, tanto por sus clásicos movimientos robóticos como por la afilada perfección de su interpretación vocal y guitarrística (con esos solos angulosos a veces tan, pero tan Prince). Bajo la solo aparente frialdad, un corazón latiendo fuerte y rabioso que asomó especialmente en esa recta final con 'New York', 'Hang on me', 'Happy birthday, Johnny' y 'Severed crossed fingers'.
Artillería de éxitos
Lo de Franz Ferdinand, aunque también con sus riffs angulosos, resultó bastante más familiar. Lo más raro era no ver a Nick McCarthy en el escenario, ahora reemplazado por dos nuevos guitarristas (uno de ellos también teclista) menos carismáticos. ¿Canciones? Todas las que se pueden imaginar: 'Do you want to', 'The dark of the matinee', 'No you girls'... O una inevitable 'Take me out' con la que llegó la locura colectiva. Correspondió a Joe Crepúsculo y, después, Guille Milkyway (como pinchadiscos) la difícil tarea de mantener el nivel de excitación.
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