EL NOVELISTA

Tom Wolfe, un novelista con la grabadora siempre en la mano

Al escritor le obsesionaban los diálogos porque estaba empeñado en retratar la vida con exactitud

El escritor norteamericano Tom Wolfe, en el 2004.

El escritor norteamericano Tom Wolfe, en el 2004. / .1750198

Enrique de Hériz

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Tras el triunfo mundial de 'La hoguera de las vanidades', los agentes de Tom Wolfe decidieron subastar en la feria de Fráncfort su siguiente novela, de la que no había escrito aún ni una palabra. Para justificado escándalo de Jorge Herralde, que había publicado en Anagrama toda su obra anterior, se presentaron a la subasta cuantos editores podían permitírselo. Antonio Asensio, fundador y presidente de Grupo Zeta, dio a los enviados de Ediciones B un mensaje muy claro: "No vuelvan de Fráncfort sin ese manuscrito".

Yo no estaba allí, así que no me atribuyo ni el mínimo mérito de ser el portador de la chequera. Sí me tocó estar al frente de la editorial cuando llegaron sus siguientes libros: 'Emboscada en Fort Bragg',' Todo un hombre' y 'Soy Charlotte Simmons', todos con el mismo protocolo: tras incumplir repetidamente las fechas pactadas, un buen día te entregaban en mano en su despacho de Nueva York, y con un sigilo reverencial, un manuscrito forzosamente voluminoso. Wolfe dejaba siempre un margen enorme en el lado izquierdo del folio y usaba un triple interlineado.

La razón se entendía al recibir la segunda versión, en la que todo aquel espacio en blanco aparecía relleno de reescrituras a mano, en una tinta negrísima. Le obsesionaban los diálogos, tan adaptados al contexto particular de los personajes que en ocasiones llegaba a parecer necesario encargar traducciones distintas en España, México, Colombia y Argentina porque era imposible trasladarlos a un español más o menos neutro. No eran meros alardes lingüísticos; estaba empeñado en representar la vida con exactitud realista, y con el tiempo se vio obligado a admitir que para ello no había ningún género más apto que la novela, ninguna herramienta más útil que la imaginación. Por eso, tras años de publicar crónicas que él llamaba "novelas de no ficción" pasó a escribir lo que podemos llamar "novelas periodísticas". Pero a ambos lados de la frontera del género, siempre con la grabadora en la mano para captar hasta la última palabra.