EL LIBRO DE LA SEMANA

Nathan Hill: quien siembra vientos

La nueva revelación de las letras estadounidenses se presenta con una solvencia inusual para una primera novela

El escritor norteamericano Nathan Hill.

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Enrique de Hériz

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Entre todas las candidaturas presentadas en los últimos años para la ampliación de la lista de aspirantes a escribir la Gran Novela Americana, se hace muy difícil encontrar alguna tan sólida como la de Nathan Hill. 'El Nix', su primera novela, revela una ambición brutal, una variedad de recursos muy llamativa y una importante capacidad para usar el género novelístico como lo que es: un arma de indagación masiva.

Samuel Anderson, un gris catedrático de Literatura, parecería un ser más bien anodino si no le diera por encerrarse en su despacho para participar en largas y adictivas sesiones de juegos en línea que, por supuesto, no ayudan a sanar la lista de fracasos acumulados en su vida, lista que se inaugura el día de su infancia en que su madre, Faye, sin previo aviso ni explicación aparente, se marchó de casa. Esa madre, de la que nunca más se supo nada, reaparece a lo grande en el arranque de la novela, acusada de haber agredido a un candidato republicano a la presidencia; el fiscal pide una condena ejemplar y su abogado cree que Samuel podría contribuir a su defensa escribiéndole una carta al juez. Precisamente Samuel, que lo que quisiera escribir es una lista de agravios. Sostenido en sus extremos por estos dos personajes (Faye no es un personaje, es un hallazgo, una joya), el arco temporal de la novela va y vuelve a lo largo de casi setecientas páginas entre el estallido libertario de Chicago en el 68 y las protestas contemporáneas del movimiento Occupy Wall Street. Ese viaje de ida y vuelta va iluminando las vidas de madre e hijo —hechas, como todas, de la contraposición entre pocas ambiciones desmedidas y muchas pequeñas decepciones— a lo largo de una trama sólida y bien administrada, pero sobre todo ilumina el camino que ha separado a dos generaciones, los vientos que sembró la generación happy flower y las tempestades que recoge la de sus hijos.

El panorama colectivo se dibuja en 'El Nix' a partir de la ocultación. Absolutamente todos los personajes cargan con un secreto, una mentira, un silencio demasiado pesado. Y todos buscan, y creen necesitar, la revelación de los secretos ajenos como si fuera eso lo que puede salvarlos en su trayecto hacia el fracaso. En algún momento la vida los obliga a aceptar que si hay un armisticio posible, un tratado de paz con la vida, su primera cláusula es la asunción de las verdades propias. Y el pago de las deudas correspondientes.

Lo más destacable, por tratarse de una primera novela, no es su enorme ambición, sino la altura del logro, el íntimo conocimiento que el autor demuestra de los mecanismos internos del artefacto narrativo: una novela sociológica, generacional, y al mismo tiempo moral, intimista; una novela de puro argumento, trepidante, enérgica, llena de sorpresas; una novela de ideas; una obra de lenguaje, construida con una voz cargada de personalidad propia. Si hubiera que poner una pega menor, lo que pierde a Hill en algún exceso puntual es precisamente la ambición. Pero se trata de una pega minúscula en alguien que apunta por momentos el ingenio sociológico de Franzen, la mirada de Irving para la excentricidad y la solvencia del Roth de 'Pastoral americana' para retratar a una generación en sus individuos.