RELATO PERSONAL DE SUSAN FALUDI

Susan Faludi narra el cambio de sexo de su padre

Susan Faludi y su padre Steven Faludi, tras haberse sometido a un cambio de sexo

Susan Faludi y su padre Steven Faludi, tras haberse sometido a un cambio de sexo

Idoya Noain

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El correo electrónico llegó el 7 de julio 2004, después de un cuarto de siglo en el que el contacto fue prácticamente inexistente. En el asunto solo había una palabra, “cambios”, y en el interior, “interesantes noticias” de Steven Faludi para su hija, la escritora, pensadora y premio Pulitzer Susan Faludi. “He reflexionado y ya estoy harta de encarnar al macho agresivo que nunca he llevado dentro”.

A los 76 años, tras pasar por un quirófano en Tailandia, Steven Faludi, se convertía en Stefánie. Era una transición de género, pero no la primera transformación de quien había crecido en Hungría como Istvan Friedman, hijo único de una familia judía que sobrevivió a una guerra en que dos de cada tres judíos húngaros fueron exterminados. Luego fue Istvan Friedman, que se marchó a Brasil y empezó sus trabajos en fotografía y cine. Y más adelante fue Steven Faludi, emigrante a Estados Unidos, profesional del retoque fotográfico, amante de las actividades al aire libre, marido y padre cuyo agresivo machismo puso a su hija en la senda del feminismo.

Aquel correo abrió una aventura de encuentro y reencuentro que Susan Faludi, la autora de ‘Reacción: la guerra no declarada contra la mujer moderna’ ha plasmado en un aplaudido libro, 'En el cuarto oscuro' (Anagrama). Y aunque podría entrar en la categoría de memorias, ponerle esa etiqueta es como intentar limitar a Susan Faludi con la de feminista. Es un trabajo rico y ambicioso que supera el intenso factor personal de una relación compleja para adentrarse en la exploración de una cuestión tan poliédrica, fluida, mutante y complicada como la de la identidad, ya sea de género, nacional, política, o religiosa.

"Ninguno cambia del todo"

Fue Stefánie quien propuso a su hija que escribiera su historia. Al principio ella arrancó el proyecto “en modo reportera”, viajando a Budapest con su grabadora y su larga lista de preguntas. “Creo que era sobre todo para protegerme a mí misma”, dice la autora en una entrevista telefónica, recordando la “ansiedad” que le producía la reconexión. “No era tanto porque mi padre fuera una mujer sino más por miedo por el pasado, por todos los fantasmas que teníamos los dos”.

La idea de escribir un libro funcionaba como “una especie de amortiguador” para que los dos pudieran conectar más cómodamente. Pero la armadura periodística fue desapareciendo poco a poco. Faludi dejó de tomar notas de todo. Y cuanto más entendió la historia de su padre, su infancia, sus experiencias de la guerra, su temprana vida familiar que desconocía hasta entonces, más pudo comprender por lo que pasaba.

“Podía incluso tener más empatía por los estallidos de rabia aparentemente inexplicables”, explica, aunque también matiza, “se volvió una mujer pero no se volvió una persona diferente. Ninguno de nosotros cambia del todo completamente. El hombre violento y enfadado, la persona que daba miedo, no desapareció nunca del todo”.

La identidad

El libro cobró su forma definitiva cuando Faludi entendió cómo la historia de su padre “en muchas formas era una metáfora” y logró conectar esa historia y lo que pasaba entre ellas dos “con la cultura y la historia: la lucha húngara con la identidad nacional, la historia del antisemitismo en Europa, la historia del transgenerismo...”

“Para mí la identidad no es una cosa”, reflexiona la escritora. “La gente, por miedo, por deseo de tener las cosas ordenadas y organizadas, por la necesidad de pensar menos, quiere encontrar una etiqueta, pegársela y acabar con la agonía. No creo que funcione así. Cada aspecto de nuestras múltiples identidades está en conversación con los otros aspectos. Y lo pude ver ciertamente en mi padre. En lo más profundo, nunca pudo separar sus sentimientos de ser judío y ser perseguido como judío de los sentimientos de volverse ser mujer e intentar ser aceptado como mujer. Mi padre vio su identidad de género a través de su identidad religiosa. Una era una lente para la otra y daba forma a la otra”.

“La identidad se puede usar para bien o para mal, son dos caras de un concepto”, prosigue Faludi. “Puede ser liberadora si se usa como herramienta para una comprensión más profunda y para la conciencia de uno mismo, y eso lo ves en exámenes profundos en el frente feminista, o en derechos LGTB, en derechos civiles, que la usan para cuestionar y retar asunciones y opresiones culturales. Por otro lado, puede ser aplastante; puede ser un sustituto de esa conciencia propia cuando se construye para definirte a ti mismo demonizando al otro o culpándole de todos tus males. Eso lo vemos en todo el mundo: en la histeria anti-inmigración, la xenofobia, el Estado Islámico y sus seguidores... Son todos intentos de usar identidad para contener cualquier tipo de enfrentamiento honesto con el mundo tal y como es”.

La politización de la identidad no es nueva. Como recuerda Faludi, “su secuestro y tergiversación por populistas ideológicos de derecha ha llevado a todo tipo de pesadillas, genocidio y catástrofe”. Ella cree que el fenómeno ahora tiene que ver “la extendida sensación de pérdida de pertenencia, de no tener vínculos locales tribales”. Menciona también “la pérdida de religión, la sensación de que todo el mundo está desconectado y ya no hay auténticas comunidades, el auge de internet...”, pero identifica asimismo “mucha romantización. Nos olvidamos de la trampa que era estar atrapado en el mismo sitio, definido por tu religión o por tu familia patriarcal o por tu etnicidad”, dice. “Intentamos romper con eso pero conforme nos hacemos más móviles y desconectados aparece la fantasía de que si pudieramos encontrar un espacio seguro al que pertenecemos, cerrar la puerta al mundo, estaríamos mejor”.

Trump, feminismo y #MeToo

En Estados Unidos es evidente que el presidente Donald Trump ha explotado ese lado oscuro de la identidad. También, que ha provocado una respuesta de actividad y activismo. “Hay un esfuerzo de construcción de una verdadera comunidad que se ve como reacción contra las políticas de la Administración Trump”, dice Faludi, que señala que “en particular las mujeres han estado organizando a nivel local y comunitario. Ha sido emocionante y una forma muy real, constructiva y productiva de crear conexión con una visión compartida de cambio social y político. Eso es lo que para mí es el feminismo, o debería ser. Fue secuestrado por la cultura consumista para ser sobre apariencias o autoexpresión, pero al final es sobre trabajar juntas y tomar responsabilidades por tu mundo”.

Faludi define a Trump como “un abusador sexual y despreciable en sus encuentros con las mujeres” pero apunta a otro como el problema mayor de su Administración: “sus esfuerzos sistemáticos para minar los derechos reproductivos, la igualdad económica de las mujeres y la capacidad de que emprendan acciones reales”. Y es esa lucha mayor contra los abusos estructurales la que llevan a Faludi a considerar que “es temprano” aún para valorar el impacto que puede tener un movimiento como #MeToo. “Ha movilizado y dado energía a un inmenso número de mujeres y eso es fantástico”, opina. “Ha quitado la máscara de muchos hombres asquerosos que merecen ser expulsados de sus trabajos, y el hecho de que las mujeres no solo hayan hablado, sino que se les crea, es un enorme logro, pero #MeToo será de importancia duradera si lleva a las mujeres también a movilizarse en los temas estructurales y fundamentales que limitan a las mujeres más allá del sexoNo vamos a acabar con el patriarcado tumbando patriarcas uno a uno. Hay estructuras latentes de desigualdad. Y no puedes tumbar a un grupo de tipos malos y pensar que has hecho el trabajo”.

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