CRÓNICA DE MÚSICA
Gardiner firma un gran Schumann y un lírico Berlioz
El maestro dirige en el Palau a la London Symphony y a Ann Hallenberg en un completo programa romántico
César López Rosell
Periodista
César López Rosell
Acostumbrados a las maravillosas versiones de obras maestras del repertorio barroco y renacentista de sir John Eliot Gardiner, a veces se olvida la repercusión de su trabajo en el amplio catálogo de títulos de la música clásica. En Palau 100 ha vuelto a asumir un nuevo reto: ofrecer junto a la formidable London Symphony Orchestra la versión original de la ‘Sinfonía, num. 4’ de Robert Schumann, acompañándola en el programa con dos obras más del autor alemán y la colección de seis canciones de encendido lirismo de ‘Les nuits d’été’ de Hector Berlioz, interpretadas por la messo Ann Hallenberg...
Romanticismo de primera, servido con la exigencia, rigor y extremo cuidado en los detalles. Pura orfebrería sonora, que emociona por su pasión, dramatismo y el alegre vitalismo. La composición dominante del programa ofrecido fue concluida en 1841, después de un periodo del compositor entregado a la creación de obras para piano solo y canciones. Fue su esposa, Clara Wieck, la que le empujó a ampliar su campo autoral hacia las obras sinfónicas. De esta fértil etapa es la ‘Obertura, scherzo y finale’, una especie de pequeña sinfonía de orquestación etérea, que abrió la velada...
Gardiner y los músicos mostraron una gran compenetración. Gestos enérgicos y precisos para marcar los tiempos y cambios de ritmo señalaron el camino que seguiría la inmersión en el mundo de Schumann. Vibrante dinamismo y conmovedor humanismo impregnaron la interpretación de estas páginas de intensa expresividad romántica. Pero por si esta muestra fuera insuficiente, el director decidió incluir, en un poético juego de contrastes, los seis envolventes poemas de Theóphile Gautier que integran el ciclo de ‘Les nuits d’été’, de Berlioz, canciones pletóricas de exuberante romanticismo. Amor exaltado en piezas como ‘Villenelle’ y ‘L'île inconneu’ y el dolor de la muerte en las obras centrales. Todas ellas fueron expuestas por la messo sueca con exquisita sensibilidad vocal, algo falta de expresión y un no siempre controlado vibrato. El equilibrio entre orquesta y cantante rozó la excelencia.
La primera gran versión
El violinista español Julián Gil Rodríguez, miembro de la orquesta, explicó que la ‘Obertura de Genoveva’ y la cuarta sinfonía serían ofrecidas con los músicos de pie, tal como los organizaba Felix Mendelssohn en la época, a excepción de los contrabajos y violoncelos que permanecieron sentados para asegurar la estabilidad de los instrumentos. El ejercicio representó un simbólico acercamiento a una forma de interpretación de casi tres siglos atrás, pero lo importante fue escuchar la obra tal como la había concebido originalmente Schumann, a pesar del nulo éxito de su estreno. La sinfonía fue revisada por él mismo 12 años después introduciendo notables cambios y triunfó, pero el autor nunca dudó de la calidad de la primera versión y, 30 años después, Brahms la recuperó impactado por su “perfecta naturalidad’. Eso es lo que transmitió la ejecución de la sinfónica londinense, con un genio en las recuperaciones al frente. Sus cuatro movimientos encadenados mostraron una línea entre lánguida y briosa. La interpretación de un fragmento del Scherzo de la ‘Sinfonía, número 2’ del autor cerró otra noche clamorosa de Gardiner en el Palau.
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