CRÍTICA

'La vida póstuma', de Pablo Sánchez, no saber quitarse el yugo

Franz Kafka

Franz Kafka / periodico

Domingo Ródenas de Moya

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A Pablo Sánchez le ha salido una buena novela, seguramente la mejor desde 'Caja negra' (2005), con la que ganó el premio Lengua de Trapo y se dio a conocer. Sigue intacta la causticidad de una voz que entonces se cebó en la literatura adocenada pero que ahora, quizá por efecto de los años y la navegación vital, adopta unas maneras menos airadas sin mermar su acción corrosiva. La presa que muerde es doble: el tema eterno del padre muerto cuya memoria (o cuyo fantasma, como en 'Hamlet') condiciona y coarta el destino del hijo y, en un marco más amplio, el papel y devenir de los intelectuales de la izquierda revolucionaria en la España de antes, durante y después de la Transición.

 En la intersección de ambos planos se sitúa el narrador, el apocado gerente de un hotel cuyo nombre ridículo (Max von Sydow Arranz) delata la indiferencia de su padre muerto, el admirado filósofo, poeta, escritor, activista político y tantas cosas más José Ángel Arranz. Max vive aplastado por la perduración incapacitante de la figura de su progenitor, no solo en su recuerdo sino a través de las cartas que este dejó escritas para que, periódicamente, le fueran remitidas a su acobardado hijo. La argucia perversa de mantener esta comunicación póstuma (que recuerda la película 'Te amaré eternamente' de Giuseppe Tornatore) sirve como metáfora de la presencia obsesiva de los criterios, opiniones y expectativas del padre en la vida de Max, con el cruel añadido de que ahora, tras su muerte, el padre se muestra más próximo y afectivo que nunca, dificultando con ello la definitiva emancipación del narrador y dejándolo enmarañado en su propia lucha consigo mismo.

La parte con más garra de la novela son los juicios severos que ensaya Max hacia la arrogancia, narcisismo, irresponsabilidad y desafecto de su padre, en los que debe verse una consideración general de los intelectuales de izquierdas en las postrimerías del franquismo. En este aspecto Pablo Sánchez se muestra tan lúcido como implacable y retrata en su narrador la mezcla de complejo de inferioridad y afán de rectificación con que la izquierda actual tiene que gestionar la herencia de aquella izquierda idealista y belicosa e históricamente decisiva. Heredero al fin y al cabo, Max es un aspirante a escritor depresivo, con tendencias suicidas, que a sus treinta y tantos años de irresolución sigue dándole vueltas al torno de su impotencia. Humor e inteligencia en una novela nada complaciente.