EL LIBRO DE LA SEMANA

La palabra contra el olvido

Arundhati Roy en su visita al CCCB.

Arundhati Roy en su visita al CCCB. / periodico

Enrique de Hériz

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La publicación de 'El dios de las pequeñas cosas' en 1997 fue un verdadero terremoto. Arundhati Roy era la primera mujer india que ganaba el Booker; el libro se tradujo a 42 idiomas en los que, se dice, vendió más de ocho millones de ejemplares. Con aquel relato parcialmente autobiográfico, Roy pasaba de anónima guionista a archifamosa novelista, icono generacional y representante de una literatura empeñada en salirse de los dos estereotipos reductores impuestos por la mirada occidental: imitar el costumbrismo inglés en el espejo deformador de la realidad india o salirse por la tangente del realismo mágico.

Han pasado veinte años. Roy ha publicado ocho libros de no ficción, tres de ellos traducidos en España, dedicados a un activismo comprometido con causas que van desde la militancia antinuclear (en un país donde las pruebas nucleares se percibían durante mucho tiempo como muestra de poder y orgullo nacional) a la batalla ecológica o la oposición contra la ocupación de Cachemira. Se indigna cuando le preguntan por qué ha estado tantos años sin escribir, desterrando la escritura ensayística a una segunda categoría, pero ella misma afirmó en una entrevista en 'The Guardian': «Para mí no hay nada más elevado que la ficción. Nada. (...) Soy una contadora de historias. Sólo así puedo encontrarle sentido al mundo, con toda la danza que implica.» Esa necesidad suprema de contar para entender ha cristalizado al fin, veinte años después, en 'El ministerio de la felicidad suprema'.

Entramos en el relato por medio de una mujer llamada Anyum, que se llamó Aftab al nacer hombre y conservó hasta la adolescencia los genitales de ambos sexos. Vive, por razones que se van desvelando a medida que avanza el texto, en un cementerio que cumple la función de refugio social. De la mano de Anyum visitamos prácticamente todos los conflictos de la India desde la segunda mitad del siglo XX, encarnados en una miríada de personajes secundarios. Es de agradecer que la autora no se nos presente, tantos años después, con una secuela de la novela que le dio fama y éxito. Si el principal hallazgo de 'El dios de las pequeñas cosas'fue el tono íntimo de una voz que relataba una historia familiar, aquí la trama se vuelve social y concede el protagonismo al colectivo de los Desconsolados (a quienes, por cierto, dedica Roy literalmente el libro). Del lienzo intimista hemos pasado a un mosaico gigantesco, hecho con material de derribo.

Cuando la historia de Anyum empieza a desfallecer irrumpe la figura de Tilo, una arquitecta activista que anda en busca de quien pudo ser, hace años, el amor de su vida, un hombre llamado Musa. Por momentos se hace inevitable pensar que la voluntad política condiciona en exceso las elecciones de la autora, como si el valor moral de la denuncia perdonara ciertas debilidades estructurales. Sin embargo, paradójicamente, las mejores virtudes del libro nacen de esa misión: el relato se instala en la tensión de los conflictos (la condición hermafrodita de Anyum es mucho más que eso, pero es eso también) y la mirada de Arundhati Roy, despreocupadamente poética, por así decirlo, ilumina con gran interés el gran conflicto que se da en todas las sociedades humanas entre la tendencia a olvidar y la necesidad de contar.