CRÓNICA

Buika, 120 minutos de libertad

La cantante mallorquina desplegó su temperamento y su noción mestiza de la música en la presentación de 'Para mí' en el Palau

Buika, en su actuación en el Palau de la Música

Buika, en su actuación en el Palau de la Música / periodico

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Con su último disco, el epé de cinco canciones ‘Para mí’, Buika desafía al mundo a concederle y concederse 20 minutos de quietud, dice ella, como un bálsamo contra las urgencias cotidianas. Este lunes en el Palau, noche de estreno del Festival del Mil·lenni, fueron más, hasta 120, porque la mallorquina se funde con su música y se le pasa el tiempo volando. “También me ocurre cuando estoy haciendo el amor contigo, Santi”, soltó sin pestañear al final del recital dirigiéndose al teclista y trombonista, Santi Cañada.

Ella es así de natural, y su puesta en escena ha ido adoptando formas cada vez más líquidas, donde los géneros musicales se difuminan y su canto lleno de temperamento confluye con las elaboradas dinámicas instrumentales abiertas a la improvisación. Y con sus desprendidos comentarios, elogiando la ciudad de Barcelona (“nunca es la segunda o tercera vez que la visitas, siempre es la primera”) y presumiendo de su posición desprendida: “¡Yo ya no tengo edad para ser solo negra!”, exclamó riendo cuando vino a decir que en esta era global y mestiza “uno puede ser lo que le dé la gana”.

Soltando veneno

Buika como símbolo de libertad, que se expresa en esa voz arenosa que repasa con el dedo los relieves de cada verso ajustándose a su peripecia y viviéndola como algo íntimo. Así fue desde la primera canción, ‘Sueño con ella’, a través de ‘Si volveré’ y ese tango que en sus manos ya no es un tango, ‘Nostalgias’, y el jugoso diálogo italo-flamenco, o algo así, de ‘Pizzzica di Torchiarollo’, una pieza del epé que “sirve para sacar afuera el veneno”. Literalmente: alude a la picadura de la tarántula, cuya toxicidad se libera bailando y sudando.

La mallorquina recordó sus aptitudes para moverse a sus anchas en un territorio entre místico y sensual: el reggae flotante de ‘Hijos de la luna’, las ondulaciones de ‘Siboney’ y el roce de la voz con el cajón a palo seco de ‘Las simples cosas’. Y esa ‘Santa Lucía’, el éxito de Miguel Ríos, con su trayecto melódico desdibujado. Mucha inventiva instrumental y mucha artesanía en el diálogo de los cuatro músicos, porque aquí no es solo Buika la que se permite jugar con los límites de la partitura.

En el tramo final, quizá empujada por la sensación de que un recital, y más en su querido Palau, debe terminar en lo más alto, salió la Buika exhibicionista, forzando un poco las cosas con ejercicios vocales malabares en ‘La nave del olvido’, mientras, por cierto, iba dando sorbos a un vaso opaco. “A ver si mi hermano me rellena el té”, bromeó. Mensaje final contra “el feminicidio, el infanticidio y el feminismo extremo que mata y ahoga hombres”. Ahí añadió: “Desde que vivo en Estados Unidos he descubierto que también hay mujeres muy malas”.

Buika sin pautas, declarándose ‘Jodida pero contenta’ y recuperando las coplas que la hicieron famosa, ‘Ojos verdes’ y ‘Mi niña Lola’, con seguridad pese al punto de desvarío final. “Sé que estoy un poco bebida”, susurró. Pero a Buika no se la tumba así como así.