CABARET LITERARIO

Recordando a Karl Valentin

'Oques cretines' devuelve al gran artista del teatro popular de la Alemania de entreguerras

Los actores de Ferran Castells, Blanca Pàmpols y Josep Maria Mas, en 'Oques cretines'

Los actores de Ferran Castells, Blanca Pàmpols y Josep Maria Mas, en 'Oques cretines' / periodico

ELENA HEVIA / BARCELONA

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A un alemán no hay que explicarle quien es Karl Valentin, el payaso cabaretero, el hombre del teatro popular, cara de goma, un "chiste andante" según Bertolt Brecht. Sería como explicarle a un italiano quien es Totó. Pero aquí hay que decir que mientras en la República de Weimar, entre dos guerras mundiales, se creaban monstruos expresionistas y se incubaba el huevo de la serpiente del nazismo, Valentin, flaco, flaquísimo, perfil de caricatura, se dedicaba a hacer reír a los habitantes de Múnich (sí, la misma ciudad en la que Hitler acuñaría su poder) en los cafés.

Ahora Tangarog Teatre, bajo la dirección de la también actriz Lluïsa Mallol, recupera un puñado de piezas cortas del cómico bajo el título de 'Oques cretines', puro absurdo y toda una oportunidad para conocer su trabajo, que es fácil situar en nuestro imaginario junto a Liza Minelli y Joel Gray en ‘Cabaret’, mientras a lo lejos suena un ominoso 'Tomorrow belongs to me'.

Tres actores, Josep Maria Mas (con una silueta muy semejante a la de Valentin), Ferran Castells Blanca Pàmpols, sobre un suelo ajedrezado en la minúscula sala Frégoli de La Seca Espai Brossa, encarnan los distintos personajes de las 12 piezas cortas y una canció, aunque Castells y Pàmpols se reserven en la obra la función de maestros de ceremonias mientras Mas es el payaso “al que le pasan cosas”.

El montaje  da comienzo con un monólogo que aunque escrito en los años 20 está de plena actualidad: 'Per qué els teatres són buits. El teatre obligatori', una irónica declaración de intenciones que aboga, humorísticamente, por la imposición estatal de las obras teatrales. “Las obras de Karl Valentin suelen trabajarse mucho en las escuelas de teatro porque son breves, muy absurdas, muy divertidas y dejan una gran libertad a la interpretación. Puedes imaginar cualquier cosa con estos personajes, lo que importa más en ellos es el lenguaje”, explica Mallol que se formó interpretando las obras del autor en el Institut del Teatre.

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HABLAR POR HABLAR

El lenguaje es una de las claves que Feliu Formosa, traductor de una obra cargada de juegos de palabras, ha definido como “hablando no se entiende la gente”. Y es que en las obras de Valentin, como en el caso de Totó o de Cantiflas, hablar no significa exactamente comunicarse sino más bien liarla, hablar y hablar para no decir nada. “Estas obras se representaban con la propaganda fascista de fondo -dice Mallol- y es inevitable pensar en la utilización y los dobles sentidos de las palabras en boca de los políticos, lo que en estos tiempos de posverdad y de hechos alternativos está de plena vigencia”.

Brecht amaba profundamente el teatro de Valentin al que definía como una de las “figuras intelectual más penetrantes” de su época. Pero al cómico, hombre del pueblo, seguro que lo de intelectual le produciría un sarpullido, pese a que involuntariamente abrió la puerta de la modernidad para que Beckett o Ionesco pasaran por ella. Esas lecturas se pueden hacer pero Mallol prefiere hablar de "una tontería que da mucha risa”, una definición que a buen seguro a Valentin le gustaría mucho.