CRÍTICA DE CINE

'Manchester frente al mar': cómo representar el dolor

BEATRIZ MARTÍNEZ

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¿Cómo expresar el dolor en la pantalla? El verdadero dolor, el que nace de las entrañas y no se puede canalizar de ningún modo. ¿Cómo hacerlo palpable en imágenes sin caer en el exhibicionismo o en el artificio sentimental? Hay que tener mucha delicadeza para tratar el tema de la pérdida, para adentrarse en los demonios internos que conlleva el sentimiento de culpa. Hay que ser un maestro de las emociones y de la sutileza, ser extremadamente respetuoso con el material y dejar que los personajes vayan abriendo poco a poco su corazón para dejarnos acceder a sus miserias. Eso es lo que hace Kenneth Lonergan en 'Manchester frente al mar', y precisamente esa cadencia, esa manera silenciosa de acercarnos a una tragedia que no hace falta ver para sentir, es lo que convierte a esta película en una obra importante.

El director va modulando un relato presente que en realidad adquiere todo su sentido en el pasado. Un pasado que se irá revelando paulatinamente hasta que nos demos de bruces con ese vacío que acompaña desde el principio al personaje protagonista, un hombre que lo ha perdido todo y que es incapaz de reconciliarse consigo mismo. Lonergan compone una (serena por fuera, pero tumultuosa por dentro) sobrecogedora pieza en torno al fracaso vital. Y cuenta con una de esas interpretaciones, la de Casey Affleck, tan austeras como reveladoras a la hora de materializar solo con una mirada, sin ninguna épica melodramática, la rabia y la pena más insondable. Por eso, cuando llegamos al devastador encuentro final entre Michelle Williams y Affleck, toda la congoja contenida explota, a modo de catarsis expiatoria, en un llanto amargo y seco.

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