ESTRENO EN LA SALA PETITA DEL TNC

Hipnótico mano a mano en la madrugada

Joan Ollé tensiona la poesía insondable de 'En la solitud dels camps de cotó' con dos soberbios Andreu Benito e Ivan Benet

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JOSÉ CARLOS SORRIBES / BARCELONA

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La etiqueta de autor de culto le viene estrecha a Bernard-Marie Koltès.  Escritor, dramaturgo y director francés es una referencia totémica desde su fallecimiento en 1989, víctima del sida a los 41 años. Lo es, más que para el público, para la profesión teatral por su voz única a partir de una escritura de aura poética tan insondable como magnética, y que tuvo en el genio del director francés Patrice Chéreau a su mejor intéprete. Presente esa poesía en sus piezas, se expande en grado superlativo en todas las líneas de 'En la solitud dels camps de cotó' (1985), que llega por primera vez a un gran escenario catalán, el TNC en su Sala Petita.

Joan Ollé se ha atrevido, sí esa es la palabra, con este enorme pulso dialéctico y nocturno entre dos desconocidos. Se encuentran de forma fortuita a una hora incierta de la madrugada. Apenas sabemos que uno es el 'dealer' -comerciante en una traducción ortodoxa y camello en el argot de la droga-, y el otro es el cliente, un tipo que va de una ventana iluminada “de allá arriba a otra de allá abajo”.

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Mucho se dice en apenas 75 minutos y nada se detalla. Solo le queda al espectador poner empeño para dejarse conducir por las sinuosas palabras de Koltès. Se suceden en monólogos, más que en un diálogo, de los personajes en una inmersión alrededor del deseo, de la identidad, de la alteridad, de algo que uno tiene y el otro parece reclamar, de la violencia –verbal y física- entre ambos que no acaba de estallar… Pero intentar poner etiquetas a un texto con tantas capas es un experimento fallido. La de una posible atracción sexual también se queda muy corta.

PLATAFORMA ESCENOGRÁFICA

El reto lo ha afrontado Ollé en compañía de lo que él llama “el equipo médico habitual”. De él forman parte dos intérpretes tan consolidados y de rendimiento seguro como Andreu Benito, el 'dealer', e Ivan Benet, el cliente. Ambos se mueven por una gran plataforma escenográfica herrumbrosa de Sebastià Brosa, que se inclina por momentos de forma angustiosa. Se van citando poco a poco hasta una tensión que Ollé ha alimentado en su dirección, huyendo de la intimidad frágil que puede sugerir el texto.

Benito y Benet se dejan la piel en un cuerpo a cuerpo de tensión 'in crescendo', también subrayado por el espacio sonoro de Damien Bazin. Andrés Corchero cuida el movimiento, el gesto de esos personajes que quedarán atrapados bajo otra plancha herrumbrosa que cae de arriba en el epílogo. Es otra manera de dibujar un callejón vital para el que no parece haber salida. Lo del 'dealer' en su versión camello sí parece una pista que Ollé desvela cuando el cliente  se levanta, hacia el final, una manga de su camisa y se sujeta la muñeca como si buscara una vena. ¿O no? Lo que sí entra en vena es la poderosísima escritura de Bernard-Marie Koltès.