DOBLETE EN EL PALAU SANT JORDI

Red Hot Chili Peppers sacan pecho en Barcelona

La banda californiana ofrece un enfoque maduro a su poderoso funk-rock

Michael 'Flea' Balzary (izquierda) y Anthony Kiedis, en un momento del concierto, anoche, en el Palau Sant Jordi.

Michael 'Flea' Balzary (izquierda) y Anthony Kiedis, en un momento del concierto, anoche, en el Palau Sant Jordi. / periodico

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Hay una idea del rock como expresión física, invasiva y sin protocolos prefabricados a la que Red Hot Chili Peppers se agarran para demostrar que siguen vivos. Sus discos de la era moderna podrán ser más o menos certeros, pero los californianos saben que el directo es su casa, allá donde son capaces de enseñar las uñas y marcar territorio. Volvimos a comprobarlo este sábado, en el primero de sus dos conciertos en el Sant Jordi (ambos con las entradas agotadas), donde la banda californiana sacó pecho mezclando ingredientes de superproducción con gestos más bien propios del local de ensayo.

Así empezó el grupo su actuación, con una jam instrumental y sus miembros apelotonados como si estuvieran tocando en el garaje de su casa. Mensaje de informalidad, de culto a las esencias, en contraste con el sofisticado aparato audiovisual y el techo de estalactitas que subía y bajaba sobre las cabezas de los fans situados en la pista. Los Peppers quieren ser esa banda a la vez dinosaurio y auténtica, gigantesca pero fiel a las raíces. Hacen lo que pueden por transmitir esa sensación, y no es poco: el arranque, ya con Anthony Kiedis al micro, con Can't stop Dani California sonó notablemente sólido.

PÚBLICO 'CALIFORNICADO'

Material del siglo XXI para un público muy mezclado pero en el que se intuían pocos supervivientes de la época de Mother's milk (1989). Es posible que para una buena parte de sus fans actuales, el disco fetiche sea Californication (1999), al que acudieron pronto yendo a los extremos, de la libidinosa Scar tissue a un violento asalto a Right on time. Primera cita al nuevo disco, The getaway, con la potable Dark necessities. Versiones, la mayoría, con licencias fuera de guion: desenlaces súbitamente violentados o introducciones inesperadas, como el pausado groove que preparó el camino a Hard to concentrate.

Pocas bandas sitúan el bajo en el centro de gravedad como ellos, y ahí Flea no representa solo el músculo y la textura granulada sino que comparte con Kiedis la comunicación con el público. "¡Hola, Catalunya!", gritó, para añadir luego un saludo algo desconcertante en su castellano mexcal. "Bienvenidos a Catalunya, mucho gusto". ¿Esto no iba al revés? En el corazón del concierto, más material nuevo o reciente, como Did I let you know, y músicos adicionales, hasta tres, que aportaron notas de color, incluido el vistoso complemento exótico de "un trompeto", anunció Flea. El guitarrista, Josh Klinghoffer, titular desde el 2009, demostró un acoplamiento integral a la banda, aunque es difícil no añorar la inventiva de John Frusciante.

Esas canciones más modernas mostraron caras menos impetuosas del grupo, aunque una de ellas, Go robot, culminó con un repentino ataque de electricidad. Red Hot Chili Peppers se encargaron de transmitir otra idea: que son un grupo imprevisible, y que cualquier secuencia de calma puede conducir bruscamente a la tormenta tropical. Pero pese a esas puntas nerviosas, estos Peppers son más matizados que los que pudimos ver en otros tiempos.

VIAJE A LOS 90

Para el tramo final, By the way mediante, sí que reservaron dos hits de Blood sugar sex magik, el disco que les catapultó a escala global en 1991. No sonaron Under the bridge ni Breaking the girl, pero sí ese tortazo siempre eficaz y vertebrador llamado Suck my kiss, funk-rock petreo, y como guinda de la noche, otra que tal, Give it away. Antes de alcanzar el clímax vimos a Flea haciendo el pino y cruzando el escenario cabeza para abajo, todo exhibición de bíceps y elasticidad a sus casi 54 años, recordando que sin consistencia física no habría Red Hot Chili Peppers. Por ahora aún pueden lucirla.