PIEZAS ICÓNICAS EN EL EDIFICIO DE FRANK GEHRY

París, Nueva York, Bilbao

El Guggenheim explica las vanguardias francesas de principios del XX a través de la colección de su hermano neoyorquino

Un visitante observa 'Le Moulin de la Galette', de Pablo Picasso.

Un visitante observa 'Le Moulin de la Galette', de Pablo Picasso. / epp

NATÀLIA FARRÉ / BILBAO

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"No hay ninguna obra menor, son todas obras maestras". Así de contundente se muestra Lucía Aguirre, conservadora del Guggenheim de Bilbao, ante las 40 piezas que lucen en 'Panoramas de la ciudad. La Escuela de París, 1900-1945', la exposición con la que el centro vizcaíno muestra, hasta el 26 de octubre, lo que ocurrió en el París de principios del siglo XX cuando los mejores creadores de todo el mundo se citaron en la ciudad para revolucionar el arte. Hecha la revolución se largaron a EEUU huyendo del auge del fascismo y de la ocupación alemana durante la segunda guerra mundial. Y París dejó de ser la capital del arte.

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Fue un periodo corto pero intenso que dio para abandonar totalmente el academicismo en pro de las vanguardias, llámense cubismo, orfismo, surrealismo o abstracción, y que dio también figuras difícilmente clasificables, como ChagallBrancusi Modigliani. Unos nombres y unos estilos que la Fundación Salomon R. Guggenheim de Nueva York tiene muy bien representados en sus fondos, una ínfima parte de los cuales nutre la exposición y evidencia el ritmo frenético que vivieron por ese entonces París y la creación: "El arte cambiaba muy rápido, pero es que la ciudad también lo hacía a gran velocidad: llegó la luz eléctrica, el metro, el cine, las nuevas construcciones, como la Torre Eiffel... y todo eso se trasladó a la creación", apunta Aguirre. 

UN FONDO DE 7.500 PIEZAS

De manera que abre la muestra una pieza con claras referencias a Toulouse-Lautrec: 'Le Moulin de la Galette', el primer 'picasso' pintado por el genio malagueño en París, en 1900, y la cierra una muy surrealista obra de Yves Tanguy, 'Ahí no se detiene el movimiento', de 1945, realizada cuando el pintor francés estaba ya instalado en EEUU. Entre uno y otro hay espacio para Braque, Gleizes, Léger, Metzinger, Kupka, Delaunay, Kandinsky, Chagall, Gris, Miró, Brancusi y otros. Todos salidos del monumental fondo, 7.500 piezas, de la colección de la fundación neoyorquina "para mostrar lo que supuso el periodo en París a partir de obras icónicas o de obras maestras", explica Aguirre.

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Entre las primeras figuran el citado ‘picasso’ de 1900 y 'Desnudo' de Modigliani, uno de los 28 desnudos que el italiano pintó entre 1916 y 1919, y posiblemente uno de los que se exhibieron en la galería Berhe Well, en 1917, exposición que acabó clausurada por escándalo público a las pocas horas de ser inaugurada. Las 38 piezas restantes quizá no son icónicas pero sí son obras maestras: "Mires donde mires, encuentras una", asegura Aguirre desde las salas de la exposición. Cerca de Modigliani cuelga 'Mujer italiana' de Matisse, "una maravilla en la que se ve la influencia de Cézanne, del arte africano y del cubismo", sostiene la conservadora, y que es, además, el primer 'matisse' que entró en la colección neoyorquina. Fue un intercambio con el Moma que recibió por ella y por 'El lanzador y el plato de fruta' (1931) de Picasso dos piezas de Kandinsky, uno de los artistas mejor representados en los fondos del Guggenheim.

ESCONDIDA EN UN ARMARIO

No muy lejos se pueden ver creaciones de Brancusi Calder. Del primero se exponen cinco esculturas que son "las preferidas" de Lauren Hinkson, la autora de la selección. Y el segundo brilla con una figura de alambre de su época circense, 'Rómulo y Remo', que el artista tuvo durante años escondida en un armario porque no le convencía. La desempolvó para una retrospectiva en 1964 en el Guggenheim de Nueva York, y allí se quedó. Se quedó pero raramente se expone, ya que el museo neoyorquino solo exhibe permanentemente, por problemas de espacio, una parte muy pequeña de su colección, la proveniente de la donación de Justin K. Thannhauser. La mayor parte del edificio se dedica a muestras temporales y lo que queda libre lo ocupan los fondos del marchante alemán que por contrato deben exponerse. Así que ver las piezas que acoge Bilbao es casi un privilegio.