ESTRENO EN LA SALA PETITA DEL TNC
'Maria Rosa', con vigoroso latido de 'thriller'
José Carlos Sorribes
Periodista
JOSÉ CARLOS SORRIBES
Poner en escena a Àngel Guimerà es casi una obligación ineludible para un teatro nacional catalán. Lógicamente con el paréntesis temporal preciso para dar a conocer a las nuevas generaciones el mejor repertorio de un autor clásico. Y con una obvia mirada contemporánea si se trata de un drama como 'Maria Rosa', que data de 1894 pero despliega pasiones y pulsiones sin fecha. Lo consigue Carlota Subirós en la versión estrenada en la Sala Petita del TNC y que abre el epicentro dedicado por el centro público a Guimerà, nombre capital de las letras catalanas. Basta recordar que el cineasta Cecil B. De Mille llegó a adaptar esta pieza en 1916.
Hoy, su revisión precisa del nervio y la intensidad que insufla Subirós al montaje. El triángulo entre Maria Rosa, Andreu (su marido y personaje ausente) y Marçal, el amigo y enamorado oculto de ella, reclama el latido vigoroso propio, por ejemplo, de un 'thriller' rural de serie televisiva americana. Y así sucede con esta versión teatral, pese a un inicio remolón en la presentación del entorno de peones camineros donde se desarrolla la trama. La directora pone pronto el listón a tope de revoluciones, como la lavadora que no deja de funcionar en un rincón solitario de la escenografía. Así, pasa por alto sin miramientos la asincronía entre una visión contemporánea -en su puesta en escena, en la escenográfia de Max Glaenzel y en el vestuario de Marta Rafa-, y el propio contexto espacio-temporal (la construcción de una carretera y los problemas para cobrar de unos explotados) y linguïstico (con una versión fiel al texto y los giros de su tiempo).
Una pareja atormentada
Además de ese vigor, aupado por un excelente sonido, 'Maria Rosa' cuenta con una pareja protagonista que sale con la cara alta de una exigente papeleta. Mar del Hoyo dibuja de forma progresiva las contradicciones de una joven con agitado tormento interior e incapaz de sacudirse de encima su destino. Borja Espinosa es el 'fachenda' y no menos torturado Marçal, un tipo que tiene algo que esconder y no lo oculta en ningún momento. El actor, con voz directa y físico y movimientos rotundos, está llamado a convertirse en un malo de cuidado. Ya lo demostró en su memorable mano a mano con Andrés Herrera como los dos quinquis de 'Una história catalana', de Jordi Casanovas.
Del Hoyo y Espinosa se dejan la piel en la escena final que Subirós desplaza con acierto hacia una pared lateral blanca en un espacio vacío. El dúo está bien arropado por un efectivo elenco pilotado por Lluïsa Castells y Manel Sans, que muestran tanta solvencia como complicidad. Todos, veteranos y jóvenes, se encargan de desplegar un drama de alto voltaje que no desfallece y nunca despide el aroma añejo de la época en que fue escrito.
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