El Pritzker premia la arquitectura social de Alejandro Aravena

El galardón reconoce que la obra del autor chileno "conjuga habilmente la responsabilidad social, las necesidades económicas y el diseño"

El arquitecto Alejandro Aravena, ganador del Premio Pritzker 2016

El arquitecto Alejandro Aravena, ganador del Premio Pritzker 2016 / periodico

NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA

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"Practica la arquitectura como un desafío artístico en los encargos privados y en los trabajos para la esfera pública, y personifica el renacimiento del arquitecto más comprometido socialmente". Con estas palabras el jurado del Premio Pritzker abre el acta que entrona al Olimpo arquitectónico al chileno Alejandro Aravena (Santiago de Chile, 1967). Un reconocimiento que se suma a otro muy reciente: su  nombramiento como comisario de la próxima Bienal de Venecia. De esta manera, el culmen de los galardones arquitectónicos, sigue la estela iniciada hace unos años y ratificada en el 2014 (con el premio a Shigeru Ban) de apostar por el rol social de la arquitectura. O lo que es lo mismo, de alentar una arquitectura más enfocada a mejorar la vida de la gente que a brillar en el 'star-system'.

Pese a que su nombre no circula entre el gran público, Aravena se hizo un hueco importante en su gremio a principios de la pasada década con la construcción de la Quinta Monroy. Un complejo de viviendas públicas en Iquique (Chile) que seguía el concepto de 'vivienda incremental', un modelo que no gasta en detalles sino que invierte en lo esencial: paredes sólidas, techo, agua corriente y poco más, y que permite que sus inquilinos entren a vivir y mejoren a medida que sus ingresos lo permiten. En Iquique levantó 93 bloques de hormigón (a 6,900 euros la unidad) de 30 metros cuadrados aparejados a un espacio vacío de otros 30 metros susceptible de ser colonizado. Cosa que no tardó en pasar, rápidamente aparecieron fachadas de chapa, mamparas, armarios y otros cerramientos que acabaron ampliando los iniciales cubos. Fueron las 'viviendas incrementales' más famosas diseñadas por Aravena y su despacho Elemental, pero no las únicas. En total, el galardonado y sus colaboradores (Gonzalo Arteaga, Víctor Oddó, Juan Cerda y Diego Torres), suman ya más de 2.500 unidades.

Un trabajo que permite al jurado afirmar que su obra "da oportunidades económicas a los menos privilegiados, mitiga los efectos de los desastres naturales, reduce el consumo de energía y proporciona espacios públicos de bienvenida. Innovador e inspirador, muestra cómo la mejor arquitectura puede mejorar la vida de la gente". Los elogios de los que lo han escogido no acaban aquí, resaltan también su capacidad de "participar en todas las etapas» de los procesos y de «comprometerse con políticos, abogados, investigadores, residentes, autoridades locales y constructores para obtener los mejores resultados posibles". Algo que hizo cuando se le encargó la reconstrucción de Constitución, ciudad arrasada por el gran terremoto del 2010 y su posterior tsunami.

MIRADA HOLÍSTICA

Pero no todo es proyecto social en Chile. Aravena tiene también edificios remarcables  y construcciones fuera de su país, como la residencia de la Universidad de Austin (Texas, EEUU) y la sede la farmacéutica Novartis en Shanghái (China). Aunque sus edificios más icónicos son los levantados en la Universidad Católica de Chile, sobre todo las Torres Siamesas y el Centro de Innovación Anacleto Angelini. Ambos, más otros tres erigidos, realizados de forma sostenible y con apego a cierta belleza. De ahí que el jurado destaque que Aravena "entiende los materiales y la construcción, pero también la importancia de la poesía y el poder de la arquitectura para comunicar". Y concluya que el flamante 'pritzker' "lidera una nueva generación de arquitectos con una mirada holística sobre  el entorno construido que ha demostrado claramente su habilidad por conectar responsabilidad social, intereses económicos y diseño". Nuevos paisajes para la arquitectura.