CRÓNICA DE TEATRO

Exquisito 'dinar de Nadal' en el Maldà

La Ruta 40 firma un delicioso montaje de la obra de Thornton Wilder

La compañía La Ruta 40 estrena 'El llarg dinar de Nadal' en el Maldà.

La compañía La Ruta 40 estrena 'El llarg dinar de Nadal' en el Maldà.

IMMA FERNÁNDEZ

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El Maldà ha recuperado, en las fechas más adecuadas, ‘El llarg dinar de Nadal’, una deliciosa pieza de la joven compañía La Ruta 40 a partir de un clásico del teatro norteamericano firmado en 1931 por Thornton Wilder, ganador de tres premios Pulitzer. En apenas 60 minutos transcurren frente al espectador 90 años; 90 reuniones de la acomodada (como la del propio autor) familia Bayard, con el tradicional pavo de testigo.

El salón del Maldà, antiguo palacio burgués que conserva los cuadros, paredes y atmósfera del pasado, se revela como el escenario idóneo para esta función. Solo se ha precisado colocar una larga mesa en el centro, alrededor de la cual fluyen, delicadamente, como de puntillas, las rutinas, anhelos, frustraciones y pérdidas de tres generaciones que hablan, durante esa celebración de Navidad, de recuerdos, del sermón del párroco... mientras ansían un heredero para la fábrica de su propiedad y que las jóvenes no se queden solteronas. Un cautivador retrato de la sociedad norteamericana de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.

JUEGO DE LA VIDA Y LA MUERTE

El juego de la vida y la muerte, y el inevitable paso del tiempo, están perfectamente resueltos por la compañía, con el director Alberto Díaz al frente, con los recursos escénicos -tan sencillos como efectivos- y las impecables interpretaciones. Con mínimos y sutiles gestos y cambios posturales, los actores Bruna Cusí, Ignasi Guasch, Aina Huguet, Jose Pérez-Ocaña, Magda Puig, Maria Rodríguez Soto y Joan Solé dibujan las distintas edades, pasando en un par de pestañeos de los más jóvenes personajes a los ancianos; de los amos a los criados. Sin pelucas ni artificio alguno. No los necesitan.

Dos puertas simbolizan los nacimientos y los óbitos. A la izquierda, la puerta de la vida, con la niñera empujando los cochecitos de bebé, los recién llegados. A la derecha, la puerta de la muerte, con la que juega el director muy acertadamente agregando un elemento de supense cuando algún personaje avanza hacia ella y en un último suspiro la dribla. La parca tendrá que esperar y el público sonríe.

Todo encaja, también el vestuario, en el engranaje de relojería de esta pequeña joya que se puede disfrutar hasta el 10 de enero en el Maldà.

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