Jan Lisiecki cautiva con Chopin

CRÓNICA El joven pianista canadiense y la Simfònica del Vallés conquistan Torroella

El pianista canadiense de origen polaco Jan Lisiecki, durante el concierto del martes en el festival de Torroella.

El pianista canadiense de origen polaco Jan Lisiecki, durante el concierto del martes en el festival de Torroella.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL
TORROELLA DE MONTGRÍ

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apareció en el escenario del Espai Ter y se desató la magia. De aspecto angelical y aire adolescente su tierna mirada lo envolvió todo. Jan Lisiecki (Calgary, 1995) es, a los 20 años, uno de los talentos del teclado con más gloriosas páginas que escribir en el futuro. Nada que no supieran los que asistieron a su debut en Palau 100, aunque en esta ocasión su actuación fue sensiblemente mejor.

Y es que lo de Torroella era otra historia. Un reto. Nada menos que interpretar dos de los conciertos que Chopin escribió para el piano y orquesta con una producción diseñada por el festival junto con la Simfònica del Vallès, muy bien dirigida por su titular Rubén Gimeno desde una atinada visión del ensamblaje con el solista. Éxito conjunto, con bravos, silbidos y sincopadas palmas que obligaron al artista a ofrecer el Nocturno número 20 y segundo el Vals numero 2 del autor para compensar tan entusiasta acogida.

Lisiecki, de padres polacos, es un especialista en Chopin como ya demostró en Barcelona interpretando la integral de los 12 estudios del compositor. Pero en esta ocasión, arropado por una implicada sinfónica, su prodigiosa digitación y la frescura, fantasía y virtuosismo brotaron con mucha más intensidad y emoción. Es toda una experiencia verle proyectar sobre el piano con impecable técnica la fuerza de su sentimiento y sinceridad musicales.

Sudoroso y concentrado volcó sobre el teclado, a veces incluso levantándose ligeramente del asiento para reafirmar su pulsión, toda la pasión interpretativa. Inteligentemente contenida, porque Chopin así lo exige, pero pasión en definitiva para recrear obras de tanta profundidad. Y algo también importante: hubo química entre la orquesta y el solista. Los músicos no cesaron de aplaudirle tras sus intervenciones y elogiaron su actitud sencilla y su encanto personal durante los ensayos.

Ese punto de seducción no forzada fue otro de los elementos que conquistaron a unos espectadores que tuvieron desde el primer momento la sensación de disfrutar de la más completa velada de la muestra, con una sinfónica sobre el escenario y un diamante aún por acabar de pulir pero con una personalidad propia que le ha de convertir en una de las voces del instrumento más notables del inmediato futuro.

Gran madurez

Acostumbrado a los recitales en solitario y a compartir su talento con las mejores orquestas del mundo, Lisiecki demostró una gran madurez con sus versiones de los conciertos Número 2 en fa mayor y Número 1 en mi menor. En el inicial viajó con elegancia y claridad expositivas por las delicadas texturas, no exentas de virtuosismo, de esta romántica y dramática pieza en la que destaca el Larghetto inspirado en un amor de juventud del compositor. En la segunda obra que, aunque lleva el número 1 fue la segunda en el orden de composición, resultó brillante la ejecución del Romance-Larghetto en un ejercicio de belcantismo pianístico, y el Rondo-Vivace final, una virtuosa danza rápida que pianista y orquesta resolvieron con brillantez. Los mencionados bises, con el artista en solitario, produjeron una verdadera conmoción.