Ojos que todo lo oyen
CRÍTICA: Justo Navarro hace del género criminal un aviso
En Granada la sublevación fascista de 1936 fue un triunfo aplastante. La guerra duró dos días: el 20 de julio los facciosos ya habían detenido al alcalde republicano Manuel F. Montesinos, aunque esperarían hasta agosto para fusilarlo, solo dos días antes que a Lorca. Rojos, homosexuales y masones fueron pasados por las armas en las tapias del cementerio. Se calcula que fueron unos 4.000 hasta finales de los años cincuenta, porque la práctica criminal no se detuvo con el fin de la guerra. Justo Navarro nació cuando aún sonaba el estampido de los fusilamientos, en 1953, y con esta novela negra ha querido regresar a su infancia de 1963, a la Granada de las inundaciones y la visita de Franco, donde uno de los cómplices de la represión, el omnipotente pero ya decrépito comisario Polo, habrá de resolver una serie de turbias muertes que afectan a la alta sociedad granadina que tan bien conoce, en especial por sus escuchas telefónicas.
Navarro construye eficazmente, paso a paso, la telaraña de culpables posibles y de víctimas, empezando por el oftalmólogo Saura, objeto de un chantaje. Con igual parsimonia se van desplegando los móviles de los sospechosos y el terror de que ciertos secretos privados desencadenen el escándalo y el descrédito si salen a la luz en una comunidad donde las apariencias lo son todo. La entrada en escena de personajes secundarios que acaparan provisionalmente el primer plano puede resultar algo confusa, pero el lector hará bien en reparar en ellos y ubicarlos en la trama: el inspector Valderrama, mano derecha de Polo, la joven esposa de este, Elvira, el catedrático de arte Juan Segovia o el sagaz subbibliotecario Barahona.
Y sin embargo no es la tramoya detectivesca lo que prevalece de esta novela, sino la fría atmósfera de una Gran Granada, la de los integrados y opulentos, que es como un invernadero de miedo, con ciudadanos que son como plantas frágiles bajo el control de un hortelano férreo, el comisario. Él es el prisma a través del que el autor refleja nuestro actual desamparo ante la abolición de la privacidad, disuelta en la red electrónica de cables y pantallas con la que sueña este viejo fascista en 1963, el anhelo de un control omnímodo de las vidas privadas que hemos celebrado como una conquista. También es buen cauce para estos avisos el género criminal.
FICHA: GRAN GRANADA. Justo Navarro. Anagrama. 256 págs. 17,90 €
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