Abucheos a un consagrado

Gus Van Sant (derecha) con Naomi Watts y Matthew McConaughey.
Es cierto que en un lugar como Cannes la prensa suele abuchear demasiado a la ligera. Sin embargo, no lo es menos que, igual que nuestras madres nos enseñaron que a veces un cachete resulta apropiado, algunas películas merecen el agresivo recibimiento que reciben. Que la última en hacerlo esté firmada por un autor tan aclamado como Gus Van Sant no hace más que añadir morbo al asunto.
En los 25 años pasados desde su irrupción internacional con Drugstore cowboy, Van Sant ha pasado su carrera oscilando entre el cine independiente -que ejemplifica Elephant (2003) con la que obtuvo aquí la Palma de Oro- y películas de vocación más comercial. The sea of trees, presentada este sábado a concurso, es un intento, y uno espectacularmente fallido, de aunar ambas sensibilidades.
Arthur Brennan (Matthew McConaughey, que comparte cartel con Naomi Watts y Ken Watanabe) toma un vuelo a Japón, uno solo de ida, para visitar el bosque de Aokigahara, famoso porque una media de 100 personas se suicidan allí cada año. Apenas ha empezado a ingerir pastillas cuando se cruza en su campo de visión un japonés moribundo. Arthur no puede evitar socorrerlo. No tardará en descubrir tanto la tendencia del nipón a hablar usando aforismos como una terrible realidad: ambos están perdidos en más de un sentido. Mientras tratan de encontrar la salida, los flashbacks melodramáticos se suceden.
ATMÓSFERA PESADA
Recuérdese que Van Sant sabe cómo hacer películas de gente que camina en medio de la nada: lo demostró en la minimalista obra maestra Gerry (2002). Pero aquí, mientras da tumbos entre el presente de Arthur en el bosque y su pasado en un matrimonio profundamente dañado, el director se dedica a telegrafiar cada emoción y cada reacción que debemos sentir. Además, impone una pesada atmósfera new age y un tramposo sentimentalismo que culmina en un giro argumental final que con el fin de sacudirnos insulta todo atisbo de verosimilitud. El resultado es una película terrible, una de las peores que han competido en Cannes en la última década, y tal vez el metafórico viaje del propio Van Sant a Aokigahara.
LAZOS FAMILIARES con Nanni Moretti
Mucho más inspirado en su reflexión sobre la muerte y sus efectos se mostró ayer otro cineasta que también cuenta con una Palma de Oro, Nanni Moretti. Su nueva película, Mia madre, es su mejor trabajo desde el que le proporcionó el galardón, La habitación del hijo (2001) -aunque no alcanza las mismas alturas-, y quizá no sea casual que toca temas similares sobre los lazos familiares, la pérdida y la culpa. Para ello retrata a Margherita (Margherita Buy), una cineasta que lidia con el rápido declive de su madre mientras dirige su nueva -y aparentemente malísima- película.
Moretti, todo sea dicho, solo acierta a medias. El núcleo dramático de la película, la relación de Margherita con su madre, se ve periódicamente interrumpido por las escenas satíricas de cine dentro del cine que, aunque puntualmente divertidas, simplemente pertenecen a otra película. En todo caso, eso no le impide explorar asuntos relevantes a partir de escenas o líneas de diálogo solo en apariencia irrelevantes ycapturar con precisión, y evitando toda sensiblería, un cúmulo de miedos y vulnerabilidades. Sin duda en parte gracias a sus conexiones autobiográficas -el director romano tuvo que lamentar el fallecimiento de su propia madre mientras rodaba su anterior película, Habemus Papa (2013)- en última instancia Mia madre es una mirada sorprendentemente contenida y sutilmente compleja a lo que significa perder a un progenitor.
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