La fórmula agotada de Yorgos Lanthimos

Rachel Weisz y Colin Farell, protagonistas de 'The lobster', en Cannes.

Rachel Weisz y Colin Farell, protagonistas de 'The lobster', en Cannes.

NANDO SALVÀ / CANNES

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Desde que 'Canino' (2009) fue presentada y premiada en este festival, Yorgos Lanthimos se convirtió en punta de lanza del llamado Nuevo Cine Griego al tiempo que cultivaba una fama de perro verde que 'The lobster', presentada a concurso, sin duda trata de alimentar. No en vano transcurre en una ciudad en la que las personas solteras que no consiguen encontrar pareja en 45 días son convertidas en animales y abandonadas en el bosque. En caso de tener que acabar de ese modo, su protagonista (Colin Farrell) querría ser una langosta.

«Se trata de una mera exageración de lo que vemos en la vida diaria», explica Lanthimos acerca de esta mirada satírica a las relaciones de pareja. «Me interesa tomar todas las presiones que imperan en las relaciones amorosas y observarlos con una lente distorsionada». En otras palabras, el método de Lanthimos es el mismo que usó tanto en 'Canino' como en 'Alps' (2011). Vuelve a retratar un mundo plagado de reglas tan estrictas y radicales como arbitrarias y absurdas, precisamente con el fin de criticar hasta qué punto el funcionamiento del engranaje social se asienta sobre convenciones y normas que ejercen una presión asfixiante sobre el individuo. Pero en este caso no hay rastro de la atmósfera amenazante y siniestra que aquellas predecesoras lograban comunicar. Sin ella, cuanto queda es una mera repetición menos inspirada de una estrategia a la que empiezan a vérsele las carencias.

Renovadora, brutal mirada del Holocausto

'Son of Saul', ópera prima del húngaro Laszlo Nemes, es sin duda la obra más sorprendente –y la mejor– de cuantas candidatas a la Palma de Oro se han presentado hasta el momento. Es no solo una mirada cinematográfica completamente nueva a un tema tan explotado como el Holocausto, sino una de las descripciones más brutales y demoledoras que se recuerdan sobre la tragedia, en buena medida gracias a su estrategia narrativa: para retratar la vida en el campo de concentración de Auschwitz de prisioneros del Sonderkommando –un grupo que tenía que ayudar a los nazis en su labor de exterminio–, Nemes desenfoca los detalles más escabrosos y a cambio mantiene su cámara durante prácticamente todo el metraje ocupada en el impasible rostro de su protagonista, despojado de humanidad porque mostrarla en esas circunstancias sería insoportable.