UNA VIDA DE NOVELA NEGRA
El fantasma de la madre muerta
Cuando James Ellroy tenía 10 años, su padre y su madre, Jean Hilliker Ellroy, se separaron. No hacía falta tener mucha imaginación para darse cuenta de que ambos -él, un cantamañas seductor con multitud de oficios en el incierto backstage hollywoodiense; ella, una enfermera pelirroja de mucho carácter- estaban destinados a ser una pareja, sí, pero explosiva. Cuando la relación se hizo pedazos y llegó el divorcio, al pequeño Ellroy le pusieron en la disyuntiva de irse con su padre o con su madre. Lo eligió a él. Su madre, alcohólica y con una larga lista de hombres en su currículo, al saberlo golpeó al niño y le rompió el labio. James la llamó borracha y puta y le deseó que se muriese. Tres meses más tarde, el cuerpo de Jean seccionado por la mitad apareció en una cuneta. Jamás se descubrió al asesino, pero Ellroy arrastró un sentimiento de culpa que se ha filtrado de mil maneras en toda su obra.
Solitario y rarito, el joven Ellroy no tuvo una educación regular. Se la hizo él mismo a su medida, en jornadas de más de 10 horas leyendo en la biblioteca municipal. Lo completó en la escuela de la vida en una carrera de pequeño delincuente, acompañada de drogas y alcohol. Entraba en las casas para robar, suspirar allí por la vida decente que nunca tendría y «olisquear bragas sucias». En los 70 tenía casi 30 años y un trabajo como cadi en un campo de golf de Bel-Air cuando decidió plantarse y reconstruirse. Abandonó sus adicciones y apareció su primera novela. Desde entonces no ha dejado de publicar y de cosechar lectores. A los críticos ha sido más difícil convencerles, pero hoy muy pocos niegan que sea uno de los grandes de las letras americanas. Roberto Bolaño dijo que Ellroy «es capaz de bailar la conga mientras el abismo le devuelve la mirada».
Machista y romántico, la relación de Ellroy con las mujeres es obsesiva y marcada por el conflicto. No es nada extraño que sus novias, amantes, compañeras de una noche y esposas, sin contar a las prostitutas, hayan acabado más que hartas. Resulta muy difícil competir con el fantasma de la madre muerta.
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