CRÓNICA

José Feliciano, intensidad total

El cantante y guitarrista exhibió su latinidad en el Auditori

José Feliciano, la noche del miércoles, en el Auditori.

José Feliciano, la noche del miércoles, en el Auditori.

JORDI BIANCIOTTO
BARCELONA

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José Feliciano sigue desprendiendo una intensidad en su forma de cantar que desmonta todas las prevenciones, las objeciones por su tibio presente creativo y los obstáculos de ese asma que sufre desde crío y que aún asoma por su garganta. El miércoles, en la sala 2 del Auditori (Festival del Mil·lenni), fue verle sentarse, tocado por una bufanda del Barça, y abordar Oye guitarra mía, y quedar sometidos a su ley, a una noción de la música que es todo sentimiento.

Qué podemos decir de esa voz que resuena desde muy adentro y que da a cada verso un carga conmovedora, ya sea a través de los grooves latinos que le dieron a conocer en los años 60, contagiados de rock o soul (de Paso la vida pensando a Ay, cariño y Un ciego no vive en la oscuridad) o en adaptaciones arrebatadas de clásicos de la canción hispana, como Caballo viejo (con su improvisado punto de desvarío lírico: «¡y si me quitan los ojos, te miro por los boquetes, oye!») y el potpurri de boleros con citas a Tú me haces falta, La barca y Sabor a mí. «¡Los grabé antes que Luis Miguel!», recordó con sorna el puertorriqueño, cordial y hablador, y a la vez metido en su mundo, balanceándose hacia adelante y hacia atrás, tocando con un endiablado sabor tropical la guitarra clásica, sin púa, y poniéndose rockero, casi heavy, con la eléctrica.

Ahí, en esos acercamientos al rock, estuvo un poco más inestable: Knocking on heaven's door (Dylan) y Purple haze (que pareció más bien de Van Halen que de Hendrix) aportaron poco, mientras que su Light my fire (The Doors), convulso y mestizo, sí que caló hondo una vez más. Como ese Qué será que dominó las radios de 1971 y que conserva su poder de transmitir una dulce melancolía, una tristeza que te hace sonreír. Es el exclusivo don de José Feliciano para tocar las fibras sensibles sin ser cursi, un arte que va más allá del virtuosismo, poderoso y vulnerable.