Apoteosis boreal

Cada personaje tiene un gigante a modo de 'alter ego' de su conciencia.

Cada personaje tiene un gigante a modo de 'alter ego' de su conciencia.

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / Umea (Suecia)

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La tragedia de Electra agitó este jueves la fría noche boreal. El monumental montaje de la ópera de Richard Strauss a cargo de Carlus Padrissa de La Fura fue representado al aire libre en Umea (Suecia), Capital Europea de la Cultura 2014 junto a Riga (Letonia). El espectáculo central de la cita, programado para celebrar el 150° aniversario del compositor bávaro, se desarrolló durante el tiempo que dura el crepúsculo en esta zona del planeta. El rojo atardecer, la luz de la luna y las estrellas y el fuego de las antorchas iluminaron el escenario antes de llegar a la oscuridad de la consumación de la venganza.

Los imaginativos recursos utilizados por la producción dejaron boquiabiertos a los 2.000 espectadores que se dieron cita en la primera de las funciones que se podrán ver en esta ciudad situada a 300 kilómetros del Círculo Polar Ártico. La Fura recuperó sus señas de identidad con este encargo de la NorrlandsOperan. A caballo entre una representación operística y una gran performance, el montaje emocionó al público, que aplaudió al final de la obra durante más de 10 minutos.

La ampliada orquesta del teatro, bien dirigida por el británico Rumon Gamba, se situó en un interior del espacio del antiguo cuartel militar  donde se desarrolló la acción para evitar la incidencia de la humedad en los instrumentos aunque se la vio con pantallas. Los cantantes pudieron seguir las indicaciones de Gamba en unos monitores.

Padrissa ha tirado de catálogo furero jugando con la sangre/agua, el fuego de fiestas mediterráneas y el espíritu del deus ex máchina exhibido con las grúas que elevan a los dioses como se hacía miles de años atrás en los teatros griegos. En esta ocasión ha dado mayor peso a la dramaturgia para poder mantener la atención de la trama en un espacio de 4.000 metros cuadrados. El colorista vestuario de Clara Sullà, atendiendo al perfil psicológico de los personajes, las coreografías de Mireia Romero y la iluminación de Carles Rigual fueron otros aciertos del proyecto.

La escenificación de la que es la más violenta ópera de Strauss muestra su premonición dramática cuando suenan los primeros acordes orquestales. De tres contenedores brotan 200.000 litros de sangre que provocan un tsunami. El líquido rodea la tumba de 100 metros de largo en la que reposa el rey Agamenón. Sobre ella duerme su haraposa hija Electra (magnífica y muy aclamada Ingela Brimberg), sedienta de venganza contra los asesinos de su padre, su madre Clitemnestra (Ingrid Tobiasson) y el amante de ésta, Egisto (Magnus Kylhe), caracterizado de forma grotesca, sobre todo cuando aparece en un Cadillac.

La otra hermana, Crisótemis (Susanna Levonen) renuncia a unirse a la sed justiciera de Electra y sigue viviendo en el palacio que el montaje sitúa debajo de un graderío de 10 metros de altura donde se sienta el público. Por un conducto circular de 3,5 metros salen al exterior las sirvientas. Clitemnestra, la reina insomne, está situada en la cúspide de una estructura de 8 metros de altura, habitada por un enjambre de 32 cuerpos humanos. Desde allí observa, llena de angustia, el panorama que le espera. Cada uno de los personajes principales tiene un gigante, a modo de alter ego de su conciencia.

La protagonista está atada por el cordón umbilical al que representa la responsabilidad de vengar la memoria de su padre. El hilo solo se romperá cuando su madre y Egisto sean ejecutados, en manos de su hermano Orestes (Thomas Lander), que regresa cuando se le daba por muerto. Otro vaciado de 200.000 litros de agua purificará el contorno de la tumba tras la muerte de los asesinos mientras se descompone la figura a la que está atada Electra, que aquí no muere y se une a la danza ritual.

Lo mejor de la noche

La llegada de Orestes arrasando el bosque con fuego y el encuentro con su hermana da paso al emotivo dúo que fue de lo mejor de la noche. La música de Strauss, que mezcla la disonancia para los momentos de violencia con el intenso lirismo de otros de calma, cobra aquí una mayor dimensión expresiva. Un bosque de abedules quemados, que representan a los desaparecidos por la violencia del poder, y la presencia de un caballo, utilizado por un mensajero, y un cuervo, que aparece en los momentos más sanguinarios, figuran entre los mil detalles de esta puesta en escena que ha unido la pasión lírica con el simbolismo de la tragedia griega en los confines nórdicos de Europa.