crítica

'Viva la libertà', un filme de contrastes, desdoblado

QUIM CASAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nadie como Toni Servillo, en el cine italiano actual, para convertirse en el doble centro de atención de una película. El protagonista de Il divo --donde encarnó a un político real, Giulio Andreotti--, Gomorra La gran belleza interpreta en Viva la libertà a otro político, esta vez imaginario --el líder del partido de la oposición--, y  a su hermano gemelo, un filósofo que ha estado años recluido en un centro debido a su bipolaridad.

La enfermedad representa hasta cierto punto la coartada de la trama: en una pirueta que no es novedosa, el político desaparece por voluntad propia y el filósofo le substituye durante unas semanas sin que nadie se dé cuenta del cambio. El relato se centra de esta manera en dos puntos de vista antagónicos a partir de un mismo rostro, gesto, cuerpo y mirada: bipolaridad dramática bien llevada hasta que el filme inicia su esperado desenlace.

El trabajo de Servillo es fundamental en este juego, como lo era el de Jeremy Irons en el cometido de los dos hermanos ginecólogos de Inseparables. Su interpretación está llena de controlados matices tanto en el primer personaje (introvertido, apocado, incapaz de levantar el ánimo y el de su partido) y el del segundo (lúcido, efusivo, con ese punto de locura que acaba transmitiendo al electorado en un discurso en el que representa ser quien no es). Lo mismo que ocurrió en el famoso discurso final de El gran dictador, con el vagabundo Chaplin sustituyendo al dictador Chaplin.

El filósofo vive la vida del otro mientras que el político intenta recuperar una nueva vida. Es pues un filme de contrastes, desdoblado como su propio actor, convulso pues, de puesta en escena muy comedida y confianza ciega en las habilidades del mejor actor italiano del momento.