El ganador del último premio Goncourt

Pierre Lemaitre: "Como crimen, la guerra del 14 es insuperable"

Portada del premio Goncourt.

Portada del premio Goncourt.

ELIANNE ROS
PARÍS

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El ganador del premio Goncourt por Nos vemos allá arriba (Salamandra) es un hombre apasionado. A los 62 años, Pierre Lemaitre se siente reivindicado por un galardón que juzga «mejor que el Pulitzer». Desde que lo obtuvo, pasó de 100.000 a 600.000 ejemplares vendidos en Francia y será traducido a 30 lenguas. En el salón de su moderno apartamento -situado en Courbevoie, ciudad de la periferia parisina con vistas a La Défense- tiene enmarcada la última página manuscrita de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que ganó el Goncourt en 1919. Toda una declaración de principios. Nos vemos allá arriba es la primera entrega de una saga de novelas que compondrán un ambicioso fresco del siglo XX.

-Ha escrito siempre novelas policiacas, pero esta vez entra en otra dimensión. ¿Fue planificado?

-Yo no he cambiado, sigo escribiendo historias criminales. Esta vez elegí la primera guerra mundial; la guerra del 14 como crimen es insuperable. De hecho quería hacer una novela policiaca, pero la mecánica no funcionaba. Hice 22 versiones del primer capítulo. Me di cuenta de que, o hacía una novela policiaca, o abandonaba mi historia. Me quedé con la historia. Nunca me dije: «Ahora voy a escribir un verdadero libro».

-Algunos consideran que la novela policiaca es un género menor.

-Tiene esa reputación, un periodista dijo incluso que yo había escrito mi primera novela, como si mis primeros siete libros no lo fueran. Es indicativo de hasta qué punto se menosprecia.

-Se ha hablado también de su libro como de una fusión entre literatura popular y alta literatura.

-Lo que me molesta no es que se hable de literatura popular, sino de la forma en que se pronuncia a veces esta palabra. Cuando se identifica con populista, demagógica. O sea, una historia poco complicada, sin demasiado vocabulario, que se aproxima a una novela sentimental. Cuando se dice en este sentido tan peyorativo, sí, me hiere.

-¿Qué significa entonces para usted popular?

 

-Que lo puede leer todo el mundo, pero no necesariamente por las mismas razones. Mi libro lo pueden leer adolescentes, como un relato de aventuras, y lectores que lo perciban como una novela política, pero también escribo para un tercer círculo, aquellos que se dan cuenta de que en determinado capítulo hay una parodia de Marcel Proust, o de Alexandre Dumas.

-Aborda el tema de la picaresca. ¿El Lazarillo de Tormes es una referencia para usted?

-De hecho esta novela está inspirada en el Lazarillo. Más que histórica, quería hacer una novela picaresca. Así que leí el Lazarillo y me dije: ¡esto es lo que debo hacer! He inventado el personaje de Albert a causa de esta obra. La novela picaresca española se correspondía perfectamente con lo que yo quería hacer en relación al final de la guerra del 14. Es el género que mejor se ajusta a mi propósito. Reivindico la filiación con el Lazarillo.

-¿Por qué ambientó la novela al final de la primera guerra mundial?

-Leí un artículo de un historiador que explicaba un fenómeno muy particular: en dos o tres años Francia había erigido 30.000 monumentos a los muertos. ¡El mercado del siglo! Explicaba que no había bastante dinero para encargar monumentos a artistas, por lo que se fabricaron de forma industrial, por eso en toda Francia hay monumentos muy parecidos. Un día me topé con uno y pensé en unos tipos que elaboran un catálogo de monumentos que nunca fabrican y se largan con el dinero.

-Hay una parte de Nos vemos allá arriba que está basada en hechos reales, ¿no es así?

-Sí, cuando llevaba medio libro escrito, descubrí que en la época hubo un fraude en torno a los cadáveres, cómo se hizo dinero sobre el cuerpo de los militares enterrándolos en cajas más pequeñas. ¡La realidad era más increíble que la ficción! No podía perder esta historia, así que decidí reescribir la novela para introducirla.

-¿Es una época que le fascina particularmente?

-Sí, aunque no soy un obseso de la primera guerra mundial. Dejó huellas muy profundas. Da la impresión de que cien años es mucho pero son dos o tres generaciones. Mi padre tenía 10 años al principio de la guerra del 14. Duró 51 meses, provocó 40 millones de víctimas, contando no solo muertos y heridos, sino también viudas y huérfanos.

-Una catástrofe colosal.

 

-Además fue la última guerra tradicional y la primera moderna. En las trincheras la gente luchaba con cuchillos y bayonetas, pero al mismo tiempo es la primera guerra en la que hay aviación, ametralladoras, armas de destrucción masiva, el gas. En Verdún cayeron seis obuses por metro cuadrado, uno cada tres segundos…

-Paradójicamente se rendía tributo a los muertos, no a los que sobrevivieron.

-Es cierto que se hacían monumentos a los muertos y de los vivos nadie se ocupaba, pero porque el gobierno no podía. En 1918, Francia estaba en quiebra, ni siquiera tenía dinero para desmovilizar a los cinco millones de soldados. Se necesitó un año, simplemente porque no sabía cómo hacerlo.

-Hoy tampoco se sabe muy bien qué hacer con los soldados que regresaron de Irak o Afganistán.

-La razón es que encarnan el fracaso, el tiempo en que se ha sufrido, y sobre todo dan miedo. Sus heridas son difíciles de soportar, y muchos se han vuelto locos. Son gente desequilibrada, paranoica, como uno de mis héroes.

-No solo las guerras producen generaciones sacrificadas.

-Tengo la impresión de que el capitalismo fabrica generaciones sacrificadas, perdidas. La guerra del 14 tiene eso en común con la crisis económica actual.

-Según algunos analistas, la crisis recuerda el ambiente de los años 30.

-No creo que sea totalmente cierto. Pero hay resonancias.