CRÓNICA
Mayúscula obra de arte
'La leyenda de la ciudad invisible de Kitej' deslumbra al público del Liceu
El mejor montaje del año. La maravilla estética y musical de La leyenda de la ciudad invisible de Kitej cautivó el domingo al Gran Teatre. Basta recordar que cuando se levantó el telón para mostrar el primer cuadro, el público aplaudió asombrado por la belleza de la mágica escena campestre, con tres animales humanizados y una cabaña, en la que aparecía la protagonista de esta fábula lírica de Rimski-Kórsakov. La función, dedicada al fallecido exdirector artístico Lluís Andreu, se retrasó 35 minutos por la protesta de un grupo de trabajadores del teatro.
El grado de perfección de la composición parecía más propio de la exposición en un museo. Y en esa tónica de arte con mayúsculas siguió la función, con cambiantes ambientes y niveles interpretativos de primera. El polémico director escénico ruso Dimitri Cherniakov firma tal vez la mejor de sus creaciones, desde luego muy superior a su decepcionante La traviata que abrió el curso de La Scala.
Josep Pons fue el otro gran triunfador con una transparente y matizada dirección musical. La sonoridad de la orquesta respondió siempre a las exigencias líricas y épico-patrióticas de la partitura, con soberbios pasajes descriptivos como el de la batalla. Bellísimos solos, en especial de las maderas en armonía con una envolvente cuerda, ilustraron los momentos de la historia. El éxito obtenido es mayor si se considera el esfuerzo que supone haber tenido que conjuntar la orquesta con 26 músicos incorporados.
IDÍLICO Y BUCÓLICO INICIO / También fue espectacular la aportación del ampliado coro, tanto por la dificultad de la obra en ruso como por las exigencias actorales con constantes movimientos muy bien coreografiados. Del idílico y bucólico inicio, en el que el príncipe Vsévolod (un irregular Maxim Aksenov) se enamora de la angelical campesina Fevronia (la merecidamente aclamada Svetlana Ignatovich, un prodigio vocal y dramático) se pasa al ambiente tabernario de la suburbial Kitej, donde el borracho Grishka (espléndido Dmitry Golovnin) se erige en protagonista.
Allí irrumpen los invasores tártaros con pinta de mafiosos y armados con sus kalashnikov. Muy lograda es la ambientación del violento tercer acto en un hospital, donde se han refugiado los supervivientes de la barbarie. Aquí brilla el rol de Yuri, padre del príncipe (Eric Halfvarson) y el de los malvados jefes tártaros (Alexander Tsymbayuk y Vladimir Ognovenko) enfrentados por la secuestrada Fevronia.
Arrebatadoramente místico es el final con el regreso al bosque de la heroína, que había logrado con sus ruegos de que Kitej se volviera invisible. El milagro ocurrido encuentra correspondencia con la alucinación de la princesa, en la que equipara a la ciudad con el paraíso. Sencillamente magistral esta apuesta de la era Matabosch que lamentablemente está tocando a su fin por la deriva del teatro hacia propuestas de corte más popular.
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