John Banville «Chandler es el padre de las novelas negras»

Benjamin Black, el álter ego del escritor irlandés, resucita a Philip Marlowe

El escritor John Banville, fotografiado la semana pasada en Madrid.

El escritor John Banville, fotografiado la semana pasada en Madrid.

OLGA PEREDA / Madrid

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John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) es una persona. Pero, en realidad, son dos. Una es John Banville, el escritor serio que en el 2005 ganó el Booker con El mar. Y la otra es Benjamin Black, seudónimo con el que firma sus novelas negras. Ahora estamos delante de Black, que se ha pedido para desayunar una copa de vino blanco. Sorbito a sorbito, el escritor explica los entresijos de su nuevo libro, La rubia de ojos negros (Alfaguara / Bromera), en el que resucita al mítico detective Marlowe, creado por el padre de la novela negra: el estadounidense Raymond Chandler. Estamos en la década de los 50 y una mujer hermosa y elegante entra al despacho del sabueso, al que contrata para localizar a un amante desaparecido.

-Recuperar al detective de Chandler, ¿fue un encargo o idea suya?

-Me lo propuso mi agente, que también gestiona los derechos de Chandler.

-¿Dijo que sí a la primera?

-No. Bueno, dije que me lo pensaría. En aquel momento estaba ocupado en otras cosas. Pero luego pensé que cuanto más mayor eres, más locuras tienes que hacer.

-Pues muchos creen que las aventuras son solo para los más jóvenes.

-Evidentemente están equivocados. Ese es uno de los motivos por los que me inventé a Benjamin Black. Tenía 60 años y pensé que era hora de emprender una aventura irresponsable. Un joven periodista alemán que me entrevistó hace tiempo me dijo que yo era un autor muy bueno y que no entendía que escribiera esa basura.

-¿Y qué le contestó usted?

-¿Qué le podía contestar? Le dije que Benjamin Black es un trabajo que me ayuda a ganar dinero. Con sus novelas pago facturas.

-¿Con Black gana más dinero que con Banville?

-No lo sé, nunca me lo pregunto. Pero seguro que sí, porque Black escribe más novelas. Un libro de Banville puede llevar por lo menos dos años de trabajo, o cinco. Y, mientras tanto, no estás ganando nada. Antes trabajaba en la prensa, escribiendo reseñas, pero ahora no.

-¿Por qué lo ha dejado?

-Lo hice durante 35 años. Llegó el momento de decir adiós. Supongo que podría conseguir un trabajo en alguna universidad e impartir cursos de escritura creativa, pero prefiero tirarme por un puente.

-Volviendo a Chandler, ¿es el autor estadounidense uno de los padres de Benjamin Black?

-Sí, pero es que Chandler es el padre de casi todas las novelas negras. Y también de las series policiacas de la HBO. Todos son hijos e hijas de Chandler. Antes de él, la novela negra era como un crucigrama. Los personajes eran un puzzle y lo encajabas lo antes posible para ver quién era el asesino. Y Chandler fue quien dijo que no le importaba quién era el asesino sino lo bien escrita que estaba la novela.

-Antes de ponerse a escribir La rubia de ojos negros, ¿revisó las novelas de Chandler? ¿Investigó mucho?

-Volví a leer alguna, sí, pero no investigué. Nunca lo hago. La investigación mata la ficción. Me lo invento todo. Un mundo imaginado es mucho más convincente que un mundo investigado.

-El detective Marlowe conoce bien los bajos fondos, pero tiene un inquebrantable código ético.

-Eso me encanta. La primera novela de Marlowe se publicó seis años antes de que yo naciera, pero siento afinidad con Chandler y su mundo. Un mundo en el que se vivía según unos códigos. Pero, cuidado, no es lo mismo hablar de ética que de moral. Chandler dijo que Marlowe tenía la moralidad de un perro, pero tenía ética. Debo de ser un tipo antiguo, pero creo que el mundo tiene que volver a vivir con ética.

-¿Por qué la hemos perdido?

-El mundo se mueve por ciclos. Las guerras del siglo XX nos destrozaron. Ahora estamos todos más desilusionados. En Irlanda la iglesia ya no tiene el poder, cosa que me parece muy bien. Pero si alguien de aquella iglesia viviese diría que la Irlanda de ahora es peor. Y no le faltaría razón. Cerca de mi casa hay un paseo y cada vez que voy por allí se me rompe el corazón de ver la cantidad de drogadictos que hay. El otro día vi a una pareja de drogadictos con un carrito de niño. ¿Qué vida le espera a ese bebé? Lo que quiero decir es que Marlowe creía en los valores antiguos y los llevaba a cabo. Si todos lo hiciéramos, el mundo se curaría.

-El libro tiene pocos pasajes escabrosos. No hace falta inundar las páginas de sangre para hacer una buena novela negra.

-Mi mujer lo llama violencia educada. Considero que es más realista. El mundo no está poblado de asesinos en series y torturadores. La inmensa mayoría son gente que lleva una vida decente y trata de ser lo más feliz posible. Hay gente enferma, claro. La novela negra es fantasía, ficción. Pero tiene un deber: ser lo más realista posible. Las imágenes de violencia extrema nos vuelven inmunes al dolor y eso es bueno para los tiranos. Digo esto y me doy cuenta de que soy un tío mayor... No voy a seguir con el sermón.

-Un escritor de novela negra ¿tiene muchos amigos forenses, policías y periodistas?

-Un tipo que leyó los dos primeros libros de Black me escribió y me dijo que acababa de entrar a trabajar en un hospital. Me comentó que se aburría mucho y me pidió ser mi asesor. Nunca nos hemos conocido personalmente, pero a veces le pregunto sobre términos médicos. Pero, sinceramente, no sé ni la jerarquía de una comisaría. No sé si un teniente es más que un capitán o las diferencias entre un detective y un inspector. Supongo que soy perezoso para investigarlo.

-Usted ha resucitado al Marlowe de Chandler. ¿Le gustaría que otro autor diera nueva vida a su detective, Quirke?

-Me gustaría, pero que yo esté muerto.

-¿Escribirá otra novela con Marlowe de protagonista?

-Ahora mismo no entra dentro de mis planes, pero no lo sé. Ha sido divertido. ¿Quién puede resistirse a la diversión? A ver cómo funciona entre los lectores La rubia de ojos negros y veremos.

-En Madrid tuvo un encuentro con lectores, gente normal. ¿Le gustan ese tipo de eventos?

-Primero: no hay gente normal. Nunca he conocido a una persona normal. Segundo: el público siempre es fascinante. Disfruto mucho porque la gente ve en mis libros cosas que yo no he visto. Hay tantas versiones de La rubia de ojos negros como lectores.